UNA PAREJA DESPAREJA de Glenn Ficarra y John Requa - HERNANDO HARB

sábado, 25 de septiembre de 2010 en 17:17


















UNA PAREJA DESPAREJA


Título original: I Love You Phillip Morris

Estados Unidos, 2009

Género: Comedia dramática

Hablada en inglés

Directores: Glenn Ficarra – John Requa

Guionistas: Glenn Ficarra – John Requa

Novela de Steven McVicker

Productores: Andrew Lazar – Luc Besson – Far Shariat y otros.

Fotografía en colores: Xavier Pérez Grobet

Montaje: Thomas J. Nordgerg

Música: Nick Urata

Vestuario: David C. Robinson

Director de producción: Hugo Luczyc-Wyhowski

Intérpretes: Jim Carrey (Steven Russell) – Ewan McGregor (Pillip Morris) – Leslie Mann (Debie) – Rodrigo Santoro (Jimmy Kemple)

Duración original: 102’

Duración en la Argentina: 97’

Calificación: Sólo para mayores de 16 años


Esta es una historia de la realidad (frase muy repetida en cada seis de cada ocho estrenos semanales. Pero en este caso es cierto. Hace unos meses el canal Discovery Channel presentó un documental acotado sobre un estafador que se evadió cuatro veces de prisiones de máxima seguridad y por su carrera de delitos fue condenado a 144 años de encierro. Aún los está cumpliendo. De por vida permanece 23 horas encerrado en su solitaria celda y una hora le permiten ducharse e ir a la biblioteca.

El individuo se llama como en la película (basada en una novela aburrida de Steve McVicker, un ex periodista de policiales en el Houston Chronicle) Steven Russell. Los otros personajes aparecen en su mayoría con nombres auténticos, salvo el de una empresa o los de sus dueños (no sea cosa que ganen una merecida fama de imbéciles).

Digamos que el centro es este delincuente extravagante y homosexual, cuyas peripecias de toda índole nada tienen que ver con el título en castellano con el que el filme se exhibe en la Argentina. No existe desparejidad alguna en sus personajes (lo que sí abunda entre los coguionistas y codiridectores de este disparatado drama rodado en tono de comedia (in)digna de Jim Carrey). Se trata de un fraude propagandístico que se extiende a la promoción visual: hay tres hombres sonrientes con unos chihuahuas en Miami prometiendo una de enredos picarescos.

La primera toma nos muestra (es fundamental) un cielo hermoso con nubes blanquísimas. La banda sonora emite toques celestiales. Es la invocación de un enfermo marginal (el audaz Steven) en prudente off contándonos facetas de su pasado. Cree que todo comenzó cuando era un niño y observando las nubes arma dibujos: él ve un enorme pene (al que verá en su vida cada vez que invoca ayuda y mira hacia arriba). De inmediato sus padres le confiesan que es un hijo adoptado, pero que lo quieren tanto como a uno biológico (aparece uno, en medio de los progenitores, con aspecto antipático de farsa hollywoodense). Steven crece, se hace evangelista (preside el grupo religioso cantando y tocando un órgano) y se inscribe en la policía (llega a oficial), descubre dónde vive su madre verdadera (que lo termina echando de la casa y negándolo).

Steven Russell es un ser vanidoso, egocéntrico, egoísta e incapaz de querer (aunque proclama amar a los cuatro vientos, que es una forma de hacerse notar y distinguir en la escena que le toca vivir y de la que se impone como el eje llamativo). Se casa con Debie: la intimidad conyugal es un desastre, tiene una hijita (a la que en una sola escena le repite seis veces “te amo” y luego no visitará más), pero ante las fiestas vecinales simula ser el ser más afortunado y besa con pasión a su mujer (es cuestión de demostrar que es un perfecto marido) ante los asombrados visitantes. Más tarde se contactará (vía teléfono) con su mujer a la que conforma enviándole un bolso repleto de verdes y ella, contenta, le pregunta no sólo como le va en la vida a él, también se interesa por la pareja de Steven a la que manda saludos). En síntesis: Steven las tiró al canasto y les manda plata para que sepan cuán maravilloso es. El rey conforma con el oro ajeno.

Pero Steven disfrazó su condición luego de renunciar al evangelismo y a la policía. Es gay (se cuida de proclamarlo o elude según las circunstancias que rodearán a sus estafas). Se siente poderoso (repárese en las escenas sexuales qué rol dominante ejerce), se cree dios, encantador, lleno de ingenio, simulador como ninguno. En suma: es un enorme pene celestial. Tal es el poder que ejercerá sobre un compañero de prisión, Phillip Morris (el carilindo Ewin McGregor teñido de rubio), un delincuente menor, tímido, medio lelo, aficionado a la lectura y que busca protección a toda costa. Es un ratoncito blanco que engulle ese gato negro de callejón que es el insoportable Steven.

A continuación -siempre en el background monologado por el moribundo Steven- empiezan una serie de evasiones carcelarias para reencontrarse con el protegido a quien ha liberado ¡simulando ser un abogado! Y envolviendo a los jueces con explicaciones tan convincentes como lo es confesar amar a las polillas de un baúl repleto de ropa carcomida.

Steven busca la admiración. Lo encierra a “su” Phillip en una mansión costosa, le compra todo lo deseable que se adquiere con la magia del dólar. Y mientras el bobalicón lo espera en casa Steven empieza sus ejercicios de guante blanco: roba sellos de abogados, tiene tarjetas en cantidad falsificadas para adquirir en los mejores comercios, alcanza prestigio como leguleyo, roba planillas a las que falsifica, tiene dos autos modernísimos (rojos, por supuesto) y compra un descapotable último modelo (rojo, claro). Toda una objetofagia al servicio del amor (dice el delincuente) obtenida seduciendo a los socios de una empresa que le solicita consejos para quebrar: él se los da (la banda musical tapa la verborragia del farabute) al punto de convencerlos y nombrarlo único encargado de llevar la administración de los fondos financieros. No conoceremos la fórmula. Pero entenderemos que el ejercicio actoral de Steven es de primera.

Previsible: roba a más no poder. Lo descubre un segundón con cara de tonto que en medio de las planillas adulteradas encuentra un típico dibujo del poderoso Steven: un pene grande del que se desprende otro pequeñísimo. O sea: Steven pariendo a Phillip. Algo de afecto hay en este desagradable ladrón de alto vuelo. Por lo menos protege al dominante joven, quien no tiene idea cómo su amigo trae a la mansión tanto dinero (en bolsos) y compra todo objeto de valor.

Fin del racconto. Steven enfermo con los médicos despidiéndolo del valle de los incautos y el moribundo se fuga por enésima vez. Estaba más saludable que una flor en primavera. Gracias al cielo que autoinvoca (fíjese que hasta lo ve en plena sala de tribunales a través del techo). Es la simulación personificada, porque hasta al espectador le ha hecho creer que se estaba despidiendo de la vida.

El el dúo Ficarra-Requa nació en una universidad del cine, logró trabajar en Nickelodeon y convertirse en una pareja de inseparables amigos que escribieron guiones convertidos en filmes mediocres hasta que elaboraron uno basado en una novela popular en ciertos círculos no literarios y decidieron con apoyo del productor del “Super Agente 86”, Andreu Lazar trasladarlo al cine como codirectores.

Con sinceridad como realizadores parecen dos sastres confeccionando un traje al que le falta la manga derecha, la izquierda está en donde debió estar la bocamanga derecha del pantalón y uno de los bolsillos aparece estampado en el centro del pecho. En fin, un traje imposible de tomar como tal. Como sastres (o directores) son penosos.

Hay montones de cabos sueltos. Vaya un ejemplo: ¿de dónde proviene el poder qué ejerce Steven en una prisión al punto de coimear para que le den una paliza a un recluso, o los cocineros le preparen una comida especial, o se fugue vestido como una cabaretera ante la vista de los guardias? Cómo éste hay tantos que hacen irreal la historia. Cuando el espectador se anoticia de que es un hecho auténtico queda boquiabierto. O pega unas carcajadas ante tamaña inventiva de la novela original del ex periodista Steve McVicker (quien hace una aparición fugaz).

Lo dramático es que en estos momentos hay un ser humano condenado de por vida, que seguramente inventará fugas imposibles, llorará la ausencia de alguna compañía, lamentará su vida y tratará de imaginar en el techo de su celda un cielo donde las nubes forman un pene endiosado venido a menos.

Las actuaciones son correctas. Si Carrey resulta convincente es porque siempre pareció amanerado, gritón, dominante, ególatra, acaparando la pantalla. McGregor, cumple con lo suyo sin sutileza alguna. El brasileño Rodrigo Santoro (ganador de varios premios en su país) hace de uno de los amantes de Stanley, en una Miami nocturna. Trabaja muy poco al comienzo, y en una sola escena casi al final muriéndose de sida y escuchando cómo el despreciable Steven miente una vez más que ha amado a alguien en su vida.

En resumen: un drama que aparece como comedia de Hollywood, un guión deshilvanado, un supuesto deseo de escandalizar con unos cuantos besos de la pareja de actores y una publicidad tramposa para salvar la plata invertida (entre los inversores está el francés Luc Besson, un francés que figura en decenas de filmes donde posibles ganancias llenarán sus arcas).

Bueno, los responsables de esta fallida película deberán mirar al cielo y darse cuenta si las nubes dibujan lo que los convertirá en dioses. Aunque llueva.


HERNANDO HARB

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