EL LADO EQUIVOCADO DE ANTONIONI (A propósito de una redición de Pink Floyd) -Hernando Harb

miércoles, 25 de agosto de 2010 en 14:49















EL LADO EQUIVOCADO DE ANTONIONI

(A propósito de una redición de Pink Floyd)


Se supo. Todos conocían la admiración del director italiano Michelangelo Antonioni (1912-2007) por el conjunto Pink Floyd, la excelente banda musical que compusiera “The Wall” (pese a los artificios del abúlico Alan Parker como realizador de cine).

Pero la noticia de la redición de un CD que incluye la bellísima “Us and them” (después hit de “El lado oscuro de la luna” la prensa internacional difundió el rechazo que manifestó el artesano de “Blow Up” por incluir la hermosa melodía en una de las secuencias fundamentales de su único filme estadounidense “Zabriskie Point” aduciendo que no le “gustaba”., ante la presencia de la banda musical encabezada por el psicótico Syd Barret. Furon muchas las idas y venidas entre el discutido director y el talentoso grupo. Cuyas partituras, a excepción de la mencionada, sí fueron aceptadas por el crítico de la “alienación capitalista” exportada por Norteamérica.

Es más, Antonioni recurrió a The Doors, y le pidió un fondo musical adecuado para una de las escenas fundamentales de su proyectoque se desarrollaba en la localidad de Lone Point, donde le llamó la atención un gran lago seco debajo de Mount Whitney, Los Ángeles, donde lo deslumbró la belleza muerte del Valle de la Muertte o Death Valley.

Morrison, el alma de The Doors, dijo que sí y creó en menos de un día la composición “L’America”. Antonioni se la rechazó. “No me gustó”, le confesaría a su hija, una actriz menor que alguna vez trabajó con su padre, ya anciano y muy enfermo. Y resolvió recurrir a los Pink Floyd suponemos con ningún arrepentimiento. La egolatría de M.A., creada por los elogios vanguardistas de los ’70, se mantenía incólume.

Todo esto viene a colación para no sólo anunciar la redición de un mítico álbum de Pink Floyd con la dolorosa y rebelde guitarra de David Glimour, también para conocer el desconocimiento de la calidad musical de su tiempo, tal vez influido por su obsesivo odio a un mundo que se imponía en varios aspectos y que era ajeno a sus gustos e impertinencias absolutistas.

De todas maneras la secuencia de la destrucción del edificio Mobil, en el sur de Los Ángeles, que se suponía pertenecía a las oficinas de la Summy Dunes Real Estate Comp (con su presidente incluido, un Rod Taylor algo obeso) quedaron como uno de los momentos magnéticos del cine de la época de oro del cine de Italia.

Los músicos pop no deben de haberse impresionado ante las deficiencias auditivas de un tozudo innovador admirado por los Guido Aristarco de entonces. Lo que sí asombra es que los hermosos jóvenes que representaban a Daria y a Mark, representantes de la juventud de los EE.UU. de aquel tiempo, desaparecieron como por arte de magia. El olfato selectivo del responsable de “La aventura” dio otra demostración de ineficacia.

La cuestión es que la redición de la obra maestra del mítico conjunto musical va a tener la acogida de los memoriosos y de los jóvenes seguidores que se multiplican merced al idioma de la música.


HERNANDO HARB

DE VUELTA A LA VIDA de Scott Hicks - Hernando Harb

en 14:42











DE VUELTA A LA VIDA

de Scott Hicks


Título original: “The boys are back”

Género: DramaCoproducción entre Australia e Inglaterra, 2009

Distribuida por Alfa

Dirección: Scott Hicks

Guión: Allan Cubitt

Según las memorias “The boyas ares back in town” de Simon Carr

Fotografía en colores: Greig Fraser

Música: Hal Lindes

Diseño de Producción: Emily Seresin

Hablada en inglés

Fecha de estreno en la Argentina: 26 de agosto de 2010

Duración: 104’

Calificación: Apta para todo público

Intérpretes: Clive Owen (Joe Warr) – Emma Booth (Laura) – Laura Fraser (Katy Warr) – George MacKay (Harry Warr) – Nicholas McAnulty (Artie Warr) – Julia Blake (Barbara)


En los años ’50 el cine norteamericano se caracterizaba por una cantidad de filmes donde los personajes de madres eran mujeres dominantes, castradoras, amas de casa febriles, controladoras hasta la exasperación. Los padres eran débiles, leían el diario, no se ocupaban de sus dominantes hijos, usaban anteojos, no tenían amantes y eran un pollo grande bajo las faldas de su mujer.

Los hijos: unos rebeldes casi suicidas, alcoholizados, dormían de día hasta sobre los pupitres escolares y llevan una navaja bien afilada para emprenderla por cualquier motivo.

Los ejemplos abundan: Al este del paraíso de Elia Kazan, Semilla de maldad de Richard Brooks, Rebelde sin causa de Nicholas Ray, Esplendor en la hierba de Kazan. Podrían hacerse listas de los hijos cuyos padres era unos incapaces que sólo admitían la militarizada dirección de sus esposas, encariñadas por sus polluelos hasta emular a Yocastas enseñoreadas en el hogar. La actriz ideal para estos roles fue la paradigmática Jo Van Fleet y casi la desbancó Geraldine Page, lo que no logró porque Tennessee Williams le tenía reservados protagonistas decadentes y solitarias en busca de gigolós a la vuelta de la esquina.

Las leyes de Hollywood son férreas. Se cansaron de madres edípicas y optaron por mujeres en busca de su libertad e identidad. Los tiempos lo requerían: Vietnam, un deslustrado home, sweet home y relaciones sexuales aireadas al estilo Capote.

La solución llegó con Kramer versus Kramer en 1979 de la mano del hábil Robert Benton y de la personalidad de Meryl Streep. El filme fue un éxito y ganó un Oscar al Mejor del Cine de los EE.UU. con su objetivo evidente: entender el cambio de roles en la pareja matrimonial, el abandono de la función monopólica y tradicional: la maternidad. Admitamos que la exitosa novela del discreto Avery Corman fue fundamental y la actuación de Dustin Hoffman, un míster Kramer que tambalea ante las señales de malestar que le impone su cónyuge. El hombre afronta el abandono de su “media naranja” y él debe de ocuparse de la educación de su hijo y de su actividad empresarial en ascenso. Todo a la vez, incluidas las tareas hogareñas.

La invasión de dramas y comedias del país del Norte referidas a padres que deben compartir sus obligaciones hogareñas coparon las pantallas. Los padres cambiaron los pañales de sus bebés, aprendieron a cocinar y únicamente asados al aire libre, reconocieron que sus hijas mujeres descubrieron las píldoras anticonceptivas y hasta -infaltable Woody Allen- que su compañera podía enamorarse de una mujer en Manhattan y con fondo jazzístico.

Hace casi cinco años que pululan filmes estadounidenses con hombres viudos, divorciados, solteros poco inteligentes y demás especímenes masculinos ocupándose de la educación de sus hijos (nenas o varones).

El mejor logro fue la recomendable Grace is Gone (2007) de James C. Strouse con John Cusack. Abundaron los pasos de comedia y los dramatismos de entrecasa solucionados entre lagrimones y con proyectos esperanzadores.

“De vuelta a la vida” es uno de esos casos. Inspirado en el relato autobiográfico de un cronista deportivo inglés radicado en Australia que queda viudo y a cargo de Artie, un hijo menor de 5 años, el filme es una especie de libro de autoayuda para ablandar el mal carácter del deportista y consumar su período de duelo. Por supuesto, no es fácil. Su amada esposa –una aficionada a los caballos que participa en contiendas deportivas a las que renunció por el hogar- fallece de cáncer, pero lo visita (sic) a su viudo John para aconsejarle cómo educar al pequeño.

Hasta que aparece Nicholas, un adolescente hijo de su primer matrimonio al que el periodista abandonó por embarazar a su recientemente fallecida mujer, Laura. Doble problema educativo. Y en superarlo consiste el relato colorido de este filme que parece un rosario de enseñanzas, de perdones y, en fin, de cumplir con la etapa de duelo para reconstruir la vida personal con las telarañas del recuerdo y las imposiciones de la supervivencia.

Lo que sucede es fácil de imaginar. Muchas corridas por aeropuertos y a orillas del mar, una posible futura compañera de John (divorciada, linda y con dos hijitas), un jefe de redacción comprensivo, unos suegros angelicales y un desorden hogareño que habrá de superarse con un decálogo cuyo primer mandamiento es: poner la ropa sucia en el lavarropas y luego colgarla en el patio para que se seque bajo el sol de una Australia que se refleja en la historia en los tiempos muertos, con abundantes postales nocturnas (luna llena reflejándose en las aguas), árboles bañados de sol en carreteras solitarias, y hasta lloviznas festejadas con risotadas familiares. Todo dosificado con algún problemita provocado por el extravío de un celular.

La actuación de Cliven Owen es, como de su costumbre, la de un profesional que cumple al pie de la letra las órdenes del director, aunque éste se llame Scott Hicks y que tenga una mediocre filmografía (basta decir que fue el responsable de que Catherine Zeta-Jones conviva con cacerolas y papas fritas en la supuesta comedieta “Shine”). Los chicos, lo suficientemente soportables como para no recordarlos con antIpatia.


HERNANDO HARB

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