CACERÍA IMPLACABLE (Corea del Sur 1999) - Hernando Harb

jueves, 23 de septiembre de 2010 en 16:01





















CACERÍA IMPLACABLE

O YA NO HABRÁ LUGAR DONDE ESCONDERSE


Título original: Njeong sajeong bol geot eoptola

Corea del Sur, 1999

Director, productor y guionista: Myung-Se Lee

Género: Policial, suspenso

Fotografía en blanco/negro y color: Kwang-Seok, Jeong Haeng, Ki Song

Música: Soung-Wood Jo

Hablada en coreano

Intérpretes: Joog-Hoon Park (Detective Woo) – Sung-Kee Ahn (Chang Sungmin – Dong-Gun Jan (Detective Kim) – Ji-Woo Choi (Juyon)

Duración original: 112’

Estreno en Corea del Sur: 31 de julio de 1999Estrenada en Europa con una duración de 97’

No estrenada en la Argentina

Lanzamiento en DVD en la Argentina con duración original en 2000

Calificación: Sólo para mayores de 13 años


Es una película exhibida en el Festival de Cine independiente de la Argentina, competidora en los certámenes de Sundance, Gothenberg y en el Festival International Film de Sydney. También circuló por otras competiciones, lo que le ha dado a este filme policial con toques insólitos de comedia y con una multifacética banda musical, un prestigio. Fama en círculos de cinéfilos que no influyó en la decisión de los distribuidores en estrenarla en las salas locales. Pudieron tener motivos explicables, lo que no justifica una difusión mayor, máxime cuando el cine coreano desconocido en la Argentina, salvo alguna excepción que confirma la regla.

Su argumento no es novedoso. El dúo de policías detrás de un mafioso que trafica drogas. Uno es algo obeso, con cara de pocos amigos, y divorciado, Es un individuo solitario que sólo visita a su hermana casada los fines de año. Se llama Woo -reparar en la (no) casualidad con el director John Woo, un oriental que hace carrera interesante en los EE.UU.- y es un violento como casi todos sus compañeros de una comisaría suburbana que se manejan con pistolas y, sobre todo, con larguísimos palos.

El otro es un muy joven Kim que por razones laborales ve poco a su consorte.

Como se ve, nada que no se haya visto hasta el cansancio. Pero este relato sin sorpresas en el guión fue filmado con un estilo insólitamente llamativo. Se lo cuenta casi permanentemente a través de objetos o el vapor de cacerolas o el humo de locomotoras o una lluvia intensa que se convierte en una nevada que cubre la escena y la acción.

Es el estilo que cubre la acción. Es la forma que anula a un mínimo guión y a sus obviedades. No hay secuencia donde hasta la escenografía pop distrae el movimiento de los protagonistas: amarillos, azules y celestes abundan hasta en las carpetas policiales. Las pareces están pintadas con una diversidad de tonos que contrastan con los ambientes en que se desenvuelve la historieta. Los bares son solitarios y con cocinas siempre encendidas y mesas vacías que parecen de plástico. Los barcos del puerto niegan los colores muy oscuros como las casas de las laberínticas callejuelas ostentan colorados intensos, anaranjados de escenarios de comedia made in USA y así domina un trabajo fotográfico (son tres los que están a cargo del rubro) que impresiona y parece hecho para negar las palizas entre policías y ladrones, feroces tiroteos, sangrientas balaceras y demás tipicidades de un género que se disloca, por momentos, entre el drama puro y la comedia.

Son tantas las sorpresas en la forma que baste con mencionar una cuasi extravagancia: por ejemplo, un bandido pelea con Woo encarnizadamente hasta tomarse de las manos para evitar los golpes cuando la banda sonora irrumpe con un tango modernísimo.

Las escenas filmadas en un tren son un jolgorio para el espíritu circense del camarógrafo que se luce con malabares inimaginables a medida que el espectador se olvida de la persecución policial para atrapar al malo de Sungim por entretenerse en el logro de los juegos de cámara. Y así todos los más de 100 minutos.

Para lucir tanto desparpajo visual, el director Myung-Se Lee rueda diez minutos iniciales en un blanco y negro crudo, fotografá rostros desagradables y trifulcas violentísimas. De repente se produce un asesinato en una callejuela y los detectives emprenden la búsqueda del culpable entre travellings interminables, conversaciones separadas del espectador por espejos, confesiones tras ventanales o tapadas por medianeras -cuando no por muros-, y hasta toda una cacería en un tren filmada desde el exterior, con una lluvia interminable y cuyo desarrollo se sigue desde afuera de los vagones.

Eso que llaman estilo se divorcia de lo que se cuenta. De ahí la dificultad, nacida de la desorientación, con la que el espectador se asoma a las aventuras de la pareja de policías (Woo luce una remera de cuatro colores).

Hay referencias evidentes a clásicos del cine: la escena del columpio con un Kim que llora arrepentido de haber matado por primera vez en su carrera, es casi un calco de los últimos planos de “Vivir” (1949) de Akira Kurosawa; el final es una referencia directa a “El tercer hombre” (1952) de Carol Reed; y así se pueden describir links homenajeadores en una pantalla donde el hombre de la ley se ríe sin motivo o se emociona avergonzado por el compañero lastimado. Hay planos asombrosos: une enorme gota de transpiración que desciende, hasta caer en el dedo de una mano tensa.

Tampoco falta cierto cinismo ante la justificación del comportamiento fascista de los policías que parecen pandilleros del Bronx: “Los jueces de dedican a juzgar. Los abogados a inventar excusas. Los policías a matar a los delincuentes”, vaya como muestrario de este curioso exponente coreano que se puede encontrar en videos bien provistos y en una copia de calidad.

Vale la pena ver. Para conversar entre adictos al cine. Y revivir el antiquísimo debate referido a la forma y al fondo, a ese difamado y aplaudido estilo del cine de autor. Nada nuevo bajo el astro rey, ya se sabe.


HERNANDO HARB

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