DE VUELTA A LA VIDA de Scott Hicks - Hernando Harb

miércoles, 25 de agosto de 2010 en 14:42











DE VUELTA A LA VIDA

de Scott Hicks


Título original: “The boys are back”

Género: DramaCoproducción entre Australia e Inglaterra, 2009

Distribuida por Alfa

Dirección: Scott Hicks

Guión: Allan Cubitt

Según las memorias “The boyas ares back in town” de Simon Carr

Fotografía en colores: Greig Fraser

Música: Hal Lindes

Diseño de Producción: Emily Seresin

Hablada en inglés

Fecha de estreno en la Argentina: 26 de agosto de 2010

Duración: 104’

Calificación: Apta para todo público

Intérpretes: Clive Owen (Joe Warr) – Emma Booth (Laura) – Laura Fraser (Katy Warr) – George MacKay (Harry Warr) – Nicholas McAnulty (Artie Warr) – Julia Blake (Barbara)


En los años ’50 el cine norteamericano se caracterizaba por una cantidad de filmes donde los personajes de madres eran mujeres dominantes, castradoras, amas de casa febriles, controladoras hasta la exasperación. Los padres eran débiles, leían el diario, no se ocupaban de sus dominantes hijos, usaban anteojos, no tenían amantes y eran un pollo grande bajo las faldas de su mujer.

Los hijos: unos rebeldes casi suicidas, alcoholizados, dormían de día hasta sobre los pupitres escolares y llevan una navaja bien afilada para emprenderla por cualquier motivo.

Los ejemplos abundan: Al este del paraíso de Elia Kazan, Semilla de maldad de Richard Brooks, Rebelde sin causa de Nicholas Ray, Esplendor en la hierba de Kazan. Podrían hacerse listas de los hijos cuyos padres era unos incapaces que sólo admitían la militarizada dirección de sus esposas, encariñadas por sus polluelos hasta emular a Yocastas enseñoreadas en el hogar. La actriz ideal para estos roles fue la paradigmática Jo Van Fleet y casi la desbancó Geraldine Page, lo que no logró porque Tennessee Williams le tenía reservados protagonistas decadentes y solitarias en busca de gigolós a la vuelta de la esquina.

Las leyes de Hollywood son férreas. Se cansaron de madres edípicas y optaron por mujeres en busca de su libertad e identidad. Los tiempos lo requerían: Vietnam, un deslustrado home, sweet home y relaciones sexuales aireadas al estilo Capote.

La solución llegó con Kramer versus Kramer en 1979 de la mano del hábil Robert Benton y de la personalidad de Meryl Streep. El filme fue un éxito y ganó un Oscar al Mejor del Cine de los EE.UU. con su objetivo evidente: entender el cambio de roles en la pareja matrimonial, el abandono de la función monopólica y tradicional: la maternidad. Admitamos que la exitosa novela del discreto Avery Corman fue fundamental y la actuación de Dustin Hoffman, un míster Kramer que tambalea ante las señales de malestar que le impone su cónyuge. El hombre afronta el abandono de su “media naranja” y él debe de ocuparse de la educación de su hijo y de su actividad empresarial en ascenso. Todo a la vez, incluidas las tareas hogareñas.

La invasión de dramas y comedias del país del Norte referidas a padres que deben compartir sus obligaciones hogareñas coparon las pantallas. Los padres cambiaron los pañales de sus bebés, aprendieron a cocinar y únicamente asados al aire libre, reconocieron que sus hijas mujeres descubrieron las píldoras anticonceptivas y hasta -infaltable Woody Allen- que su compañera podía enamorarse de una mujer en Manhattan y con fondo jazzístico.

Hace casi cinco años que pululan filmes estadounidenses con hombres viudos, divorciados, solteros poco inteligentes y demás especímenes masculinos ocupándose de la educación de sus hijos (nenas o varones).

El mejor logro fue la recomendable Grace is Gone (2007) de James C. Strouse con John Cusack. Abundaron los pasos de comedia y los dramatismos de entrecasa solucionados entre lagrimones y con proyectos esperanzadores.

“De vuelta a la vida” es uno de esos casos. Inspirado en el relato autobiográfico de un cronista deportivo inglés radicado en Australia que queda viudo y a cargo de Artie, un hijo menor de 5 años, el filme es una especie de libro de autoayuda para ablandar el mal carácter del deportista y consumar su período de duelo. Por supuesto, no es fácil. Su amada esposa –una aficionada a los caballos que participa en contiendas deportivas a las que renunció por el hogar- fallece de cáncer, pero lo visita (sic) a su viudo John para aconsejarle cómo educar al pequeño.

Hasta que aparece Nicholas, un adolescente hijo de su primer matrimonio al que el periodista abandonó por embarazar a su recientemente fallecida mujer, Laura. Doble problema educativo. Y en superarlo consiste el relato colorido de este filme que parece un rosario de enseñanzas, de perdones y, en fin, de cumplir con la etapa de duelo para reconstruir la vida personal con las telarañas del recuerdo y las imposiciones de la supervivencia.

Lo que sucede es fácil de imaginar. Muchas corridas por aeropuertos y a orillas del mar, una posible futura compañera de John (divorciada, linda y con dos hijitas), un jefe de redacción comprensivo, unos suegros angelicales y un desorden hogareño que habrá de superarse con un decálogo cuyo primer mandamiento es: poner la ropa sucia en el lavarropas y luego colgarla en el patio para que se seque bajo el sol de una Australia que se refleja en la historia en los tiempos muertos, con abundantes postales nocturnas (luna llena reflejándose en las aguas), árboles bañados de sol en carreteras solitarias, y hasta lloviznas festejadas con risotadas familiares. Todo dosificado con algún problemita provocado por el extravío de un celular.

La actuación de Cliven Owen es, como de su costumbre, la de un profesional que cumple al pie de la letra las órdenes del director, aunque éste se llame Scott Hicks y que tenga una mediocre filmografía (basta decir que fue el responsable de que Catherine Zeta-Jones conviva con cacerolas y papas fritas en la supuesta comedieta “Shine”). Los chicos, lo suficientemente soportables como para no recordarlos con antIpatia.


HERNANDO HARB

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