MOLOCH
de Alexandr Sokurov
Título original: Moloch
Origen: Rusia, Alemania, Francia, 1999.
Idioma: ruso
Libro y guión: Yute Arabov y Marina Koreneva
Fotografía (color): Alexei Fiodurov y Anatoli Kadroava
Sonido: Vladimir Presov y Sergei Mpehkov
Productores: Thomas Kufus y Víctor Sergarev
Calificación: No apta para menores de 13 años
Fecha de estreno en Francia: 13 de octubre de 1999
No estrenada en
La censura mercantilista, por lo general, procrea la ignorancia. Para ejemplo basta el desconocimiento del público argentino de una película como Moloch y de la obra de su director, el laureado Alexandr Sokurov, uno de los pocos maestros del cine ruso que dio la postrimerías del siglo pasado.
Porque la audiencia de
Ganador del Palmarés de Cannes 1999 y del máximo galardón que le otorgó el mismo año el Sindicato de Críticos de Rusia, el título alude a un dios profano fenicio (Moloch, o Moloch Baal o simplemente Baal) adoptado por cierto agnosticismo que abrazó la herejía que alude al hombre que decide transformarse a sí mismo en completa oscuridad al convertirse en materia pura. Para redimirse deberá ofrecer sacrificios al dios pagano, corporizados en recién nacidos, a la espera de conservar inmortalidad. La muerte no deja de aterrar a la maléfica divinidad y no se conforma con no poder vencerla.
La acción se inicia en Bavaria, 1942. Una solitaria y aburrida Eva Braun recorre las vacás dependencias de un refugio alpino bautizado Nido del Águila, un animal que se posa en los balcones de la enorme mansión de escenografía semidesértica, apenas revestida por la estatua de una Jano profética.
La mujer espera a su amante, Hitler, quien arriba acompañado por el matrimonio Goebbels y el infantiloide Borman, todos con su séquito de uniformados serviles, aunque algunos ensayando ridículos espionajes procedentes del anuncio de un final que se anuncia inminente.
El grupo se dedica a holgazanear, emitir chistes absurdos, lucubrar asesinatos de animales (por lo general insectos), divagar acerca de amenazas paranoicas y recorrer como infantes las inmediaciones de un castillo amenazante. Son los practicantes de un culto intentando reposar en una mortuoria iglesia en la que silenciosos sirvientes se deslizan como observantes de un orden meticuloso e incapaces de emitir palabra alguna.
Sakurov ha recurrido a una escenificación operística, wagneriana, que convierte a su Moloch en un relato opresivo en el que la profecía late en el interior de estos sacerdotes del mal que a veces se comparan con Mozart y otras se sienten amenazados por ejércitos de moscas combatidas hasta el cansancio pero que renacen hasta el infinito (una simbología clara creada por el dictador y sus ayudantes).
Hay personajes secundarios de una admirable definición en el desarrollo de una historia que resucita a pesar de afanes y de memorizadotes: es el caso del cura católico que visita a Hitler para rogarle le conceda el perdón a un joven condenado a muerte (“Es inútil aunque usted me hable como si yo fuera Cristo. Debe saber que Él no lo escucha”, advierte el hombrecito del bigote y llos gestos rimbombantes). Claro, es inútil para todo aquel que se dirija al dictador como si fuera el Hijo de Dios. El dueño de la vida y la muerte es Dios.
Singular obra de Sokurov, que merece verse. Sobre todo en estos tiempos que parecen oscilar como un péndulo manejado por amos adoradores de Moloch.
Claro, sabrán tarde o temprano la muerte es invencible. Y que nos espera a los humanos en un tramo del camino, aunque en algún recodo se eleven altares para sacrificar a inocentes. Los oponentes, en guardia.
HERNANDO HARB
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