MURIO BLAKE EDWARDS - Hernando Harb

sábado, 18 de diciembre de 2010 en 8:46





















UN DIRECTOR INOLVIDABLE
SE DESPIDIÓ BLAKE EDWARDS, UN HOMBRE DE LUJO

A los 88 años de edad, se despidió de la vida Blake Edwards. La causa del deceso: derivaciones de una neumonía. Fue el miércoles pasado, en Mónica, California, donde Blackie –su sobrenombre- cerró los ojos para un mundo que estaba en constante desmoronamiento. Porque entre risas y gritos, con música de jazz, sus personajes vestidos de marinos, prostitutas, damas de alta alcurnia, caballeros millonarios, rufianes de cabaret, mujeres acosadas por un asesino y un desfiles de seres presididos por un invitado hindú a una fiesta por error Edwards vio siempre a un mundo que en sus ficciones finalizaba totalmente distinto al que era cuando comenzaban los primeros minutos del relato. Y el espectador contemplaba absorto, a capitanes desesperados por las tonterías devastadoras de aprendices que odiaban al submarino en el que debían viajar, a señoritas ambiciosas que desayunaban un emparedado ante la vidriera engalanada de joyas y se disponía a quitarse su modorra de juergas en los brazos de un gigoló que reconocía que el mundo era una jungla que apestaba, a invitados indios que sin querer hacían desmoronar un estilo de vida hasta el disparate y el desmayo, a todos de la mano creativa de un realizador que –se notaba- quería un mundo más humano, menos desesperado, más abierto, donde Víctor pueda ser Victoria (o al revés) ante el aplauso afectuoso de un policía -gordo, fortachón y de bigotes-enamorado de un homosexual que bailaba con un clavel apretado entre los dientes. Ése era -cuesta emplear el tiempo pasado- el formidable director, el sutil guionista, el esporádico actor de reparto y el afectuoso creador de seres de cuyos errores emergían triunfos, y él parecía darles una caricia en la cabeza, con la ternura del que perdona sus equivocaciones en una escenografía creada por gente que no comprendía el entorno destartalado que Claudine Longet con una sonrisa, unos rasgueos de guitarra y una voz de terciopelo despedía enamorada de un hombre cuyos apremios físicos no le impedían conmoverse ante tanto encanto. Nombrar los mejores títulos de su enorme filmografía puede ser reemplazada con mencionar a sus personajes: el inspector Clouzot en su saga atormentando a la policía francesa que no descubría nada salvo merced a los errores del seguro investigador al que hasta los objetos le impedían tener calma un instante; a Holly, esa muñequita de lujo nacida de la imaginación de Truman Capote, capaz de comprender que un desayuno ante la más lujosa joyería no era su felicidad aunque el hambre la misma que acosaba en París a Victoria Grant- la obligaba a recurrir a tretas; a Kelly, la acosada de “El mercader del terror” (1962) sólo tenía esperanzas en la astucia del policía “Rip” Ripley para descubrir al asesino en un estadio deportivo, que equivalía a buscar una aguja en un pajar; a los militares que debían soportar el juicio emitido por la pregunta “What Did You Do in the War, Daddy? “; o al matrimonio Cley destruyendo su amor entre vinos y rosas sin consuelo hasta casi perderse el uno al otro en un universo etílico en ruinas. Y así se podría seguir recordando a la chica 10 en su noche de sexo desparejo y descubriendo que la belleza no tiene mucho que ver si no hay amor. O al dúo Willis-Gardner en un boulevard que aún tenía los vestigios del muerto flotando en la piscina asesinado por luna orate gloria de Hollywood que deseaba la resurrección de la fábrica de sueños con un amante joven que -muerto- rememoraba el pasado: “Sunset” (1988), gran homenaje de Edwards a un gran colega Billy Wilder . La crónica se limita a recordar que un estupendo realizador nació un 26 de julio de 1922 en Tulsa, Oklahoma. Los que lo admiramos (¿y por qué no?) amamos preferimos pensar que se despidió hasta volver a encontrarlo en cada uno de sus filmes. Viendo que el mundo debe mejorar. Que la vida es una carrera enloquecida de coches que se dirigen a un progreso entre peligroso y victorioso. Entre flores, ambigüedades, mujeres comprensivas que se disfrazan de hombres y algún policía que cree que la justicia puede ser reformada para bien. Blake Edwards estuvo siempre acompañado por su esposa (Julie Andrews) y sus dos hijos adoptivos. Y en la repisa de alguna habitación suspiraría mágicamente el Oscar que la Academia de Hollywood le dispensara en el año 2004 como un premio a su carrera. Blackie, el mundo puede mejorar y ser una fiesta inolvidable lejos de Tiffany’s y con la compañía de un Clouseau agradecido.

Hernando Harb

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