PALABRAS AL VIENTO (*)
de Victor Nunez
Título original: Spoken Word
Estados Unidos, 2009
Género: Drama
Hablada en inglés y castellano
Dirección: Víctor Nunez
Guión original: William T. Conway – Joe Ray Sandoval
Productores: William T. Conway – Karen Koch
Música: D.J. Skribble (original) – Michael Brook
Fotografía en colores: Virgil Mirano
Montaje: Justin Geoffray
Compañía: Luminaria Films
Intérpretes: Kuno Becker (Cruz) – Cruz, padre (Rubén Blades – Miguel Sandoval (Emilio) – Persia White (Shea) – Tony Elias (Ramón) – Maurice Compte (George)
Filmada en Chimato, New Mexico, Estados Unidos
Duración:
No estrenada en
Calificación: Apta mayores de 16 años
“Dejamos una casa edificada con palabras al viento”, le dice el joven Cruz a su hermano Ramón y a su cuñada, Monique.
Esa despedida es la clave de este drama familiar cuyos miembros han mantenido una relación sin comunicación, hecha de silencios, frases mínimas disfrazadas de silencio, reproches no pronunciados, afectos callados. Los seres humanos -y sobre todo esa agrupación llamada familia- mantenemos relaciones tejidas con la lana de una madeja descolorida por el silencio, lo que nos hace desprovistos de cariño, cargamos frustraciones y el perdón es tan ajeno como el beso contenido, como a este maestro de poesía, el joven Cruz, quien inicia el relato recitando magníficos versos propios que delatan su drama interior y a la vez lo niega con la ayuda del viento, ese invitado que vacía nuestra conciencia.
El poeta vive en San Francia, da clases a un heterogéneo grupo, es alcohólico y convive con una pintora, la morocha Shea (ambos se aman e intentan conocerse más profundamente).
El introvertido Cruz (un magnífico actor mexicano Kuno Becker ) recibe la noticia de la pronta muerte de su padre viudo por un cáncer de páncreas. Abandonó su pequeño pueblo en busca de la libertad de la ciudad. Se reencontrará con su hermano Ramón, quien formó una familia feliz, y se enfrentará a su padre, un orgulloso que se parece a ese “hijo pródigo” (duermen sin desvestirse, guardan resquemores, escatiman palabras de afecto, niegan ayuda y simulan desconocer el arribo de la muerte).
El relato está contado con una mesura admirable, acorde con esas tensiones sofocadas por el alcohol, gracias al director Víctor Nunez, el de “El oro de Ulises” (1997), filme con el guarda varios enlaces anímicos además de una discreción en los instantes dramáticos y una violencia contenida por un montaje pautado con inteligencia (las escenas nocturnas en un bar lo demuestran).
Es cierto, no usamos las palabras adecuadas para comprendernos. Los hombres preferimos el negativo silencio al diálogo. Exigimos comprensión de los seres que amamos y a los que les hemos expresado pocas veces nuestros sentimientos. Nuestras relaciones se valen de centenares de palabras gastadas, desperdiciadas, mal empleadas, insinceras. Los Cruz descubren esto a excepción, tal vez, de Monique, la esposa de Ramón, quien intenta destruir la desunión familiar. A este intento se sumará la encantadora Shea, quien rompe el escudo de su pareja en una exacta secuencia erótica para impulsarlo a convivir con ese padre que también niega su inminente final.
Pero que aún no se desprende de egoísmos (el coche depositado en el garaje, el abrazo distante, el reproche a su hijo más querido al descubrirlo drogándose para huir de una realidad que le exige demasiado).
Es un buen filme. Con una ambientación impecable (los cuadros familiares, las cocinas de unos y otros significativamente diferentes, el dormitorio paterno con fotos que asoman insinuando lo que debería ser dicho verbalmente).
El guión original de William Conway -coproductor de estas “Palabras…” – y de Karen Koch es un emotivo reproche a los vínculos que los seres creamos avergonzados de nuestras identidades a las que reemplazamos por otras, falsas, volatilizadas en un segundo por el ventarrón, cómplice de nuestro orgullo.
Quizás los problemas que la dupla Ramón/Cruz con el dueño de un dudoso bar pudo haber evitado una intencionalidad moralizadora innecesaria. Pero es un detalle más o menos menor.
La actuación del músico Rubén Blades en el rol del progenitor culposo es tan eficaz como la de los integrantes de un elenco que obliga a admitir que hay responsables de casting que merecen ser elogiados. No seamos parcos en elogiar un trabajo poco promocionado.
(*) El título en castellano es idéntico al de un maravillo filme de Douglas Sirk, director de la tercera generación norteamericana (1942-57) que en otros países latinos se exhibió como “Escrito en el viento”. El original “Written on the Wind” (1956) era la cima del universo melodramático sirkiano: el drama se sitúa en el corazón del relato y el razonamiento lógico se destruye. De ese gran realizador (nacido en Hamburgo, Alemania, 1900 y fallecido en Suiza, 1987) un colega dijo de él: “El delirio es el único objetivo que le preocupa” . Estas palabras son de Jean-Luc Godard, y claro no se escribieron en el viento. No podía ser de otro modo.
Hernando Harb
0 comentarios