de Roselyne Bosch
Título original: La rafle, 2010
Origen: Francia – Alemania – Hungría
Hablada en francés – alemán – yiddisch
Género: Drama histórico
Dirección y guión: Roselyne Bosch
Productor: Alain Goldman
Productor adjunto: Jean-Robert Gibard
Música: Christian Henson
Fotografía en colores y blanco/negro: David Ungaro
Montaje: Yann Malcor
Intérpretes: Jean Reno (Dr. David Sheinbaum) – Mélanie Laurent (Annette Monod) – Raphaëlle Agogué (Sura Weisman) – Gad Elmaleh (Schmuel Weisman) – Hugo Leverdez (Jo) – Simon Zygler (Oliver Cywie) –Roland Copé (Mariscal Pétain)
Duración: 115 minutos
No estrenada en
“No, el 14 de julio no es el día apropiado”, comenta un militar francogermanófilo. “Mejor que sea el
Así fue. El 16 de julio de 1942 policías y gendarmes franceses siguiendo las órdenes del colaboracionista Mariscal Pétain -quien firmó un armisticio con Hitler y aceptó la ocupación alemana de su país- detienen a 13.152 judíos en una redada cumplida en un barrio humilde de París. Preveían una mayor cantidad: cerca de 30.000.
Mujeres, niños, ancianos y hombres son trasladados a un velódromo que oficiaría de congelador a la espera de trasladarlos en trenes a los campos de concentración y de allí enviarlos al crematorio. Así, de detestablemente fácil.
El segundo filme de la habitualmente guionista (en este caso también lo es) Roselyne Bosch se ocupa de ese histórico hecho, degradante para los franceses. El anterior título lo realizó hace cinco años y se llamó “Animal”. Desconocido en nuestro medio.
“La redada” está correctamente dirigida, con una fotografía impecable (incluye al principio escenas documentales del ingreso de Hitler y sus acólitos a la vacía capital francesa), una música sentimental (con canciones de los ’40) y un montaje ajustado. Si Bosch falla es en su guión, mechado de golpes bajos, de un recato inconcebible en las escenas más ásperas y lleno de detalles ingenuos (el muñeco del niño abandonado en la estación, el ramo de florecillas salvajes recibido por un gendarme francés de manos de una niña camino al crematorio).
Hay una toma que provoca escalofríos: el primer plano y posterior zoom del velódromo fotografiando a miles de seres que piden a gritos por un poco de agua con sus latas vergonzosamente vacías (“Para qué les vamos a calmar la sed si total…” alega un soldado antes de que otro ordene a unos bomberos llenar las tacitas). Pero lo vibrante de la secuencia se debilita de inmediato: el médico judío sionista (a cargo de un correcto Jean Reno) está delineado con trazos gruesos al igual que su enfermera protestante (una desorientada Mèlanie Laurent), y ni qué hablar del perfil de los chicos dignos de una comedia campestre. Entiéndase bien: no se pide un muestrario de escenas fuertes, pero tampoco un montón de secuencias suavizadas por la bondad resignada de las víctimas y el arrepentimiento de crueles victimarios.
Hay personajes dignos de mejor atención: el del trotskista y su esposa que no sabe hablar muy bien francés, pero se quedan en viñetas dibujadas tenuemente. El ejemplo más demostrativo es el suicidio de una mujer antes de ser detenida en la redada barrial, la cámara esconde el cuerpo como para no mortificar al espectador sensible amortiguando el dramatismo con un empalme de la muerta sobre la acera algo ensangrentada. Es apenas un tibio enfoque de un hecho estremecedor que termina por no alarmar ni provocar al espectador, algo necesario para seguir la vorágine de los acontecimientos pergeñados por paranoicos dominados por un clic hecho en su imaginario colectivo.
Es una lástima. La película hasta muestra unas cuantas intimidades del dictador alemán mal insertadas (unos chicos felices comen un muñeco de chocolate que representa a Hitler y que éste se los obsequia con un paternalismo ridículo), y evade toda escena de homicidios colectivos reemplazados por la fuga de dos niños de una campo de concentración poco creíble.
En fin, una oportunidad desperdiciada para retratar un suceso histórico que degrada al hombre.
Como tantos.
Hernando Harb
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