EL LEGADO
Título original: La donation (*)
Origen: Canadá, 2009
Género: Drama
Hablada en francés e inglés
Dirección y Guión: Bernard Émond
Producción: Bernardette Payeur
Música original: Robert M. Lepage
Fotografía en colores: Sara Mishara
Montaje: Louise Coté
Intérpretes: Elise Guilbault (Jeanne Dion) – Jacques Godin (Yves Rainville) – Angèle Coutu ( hermana del Dr. Rainville) – Manon Miclette (Manon) – Eric Hoziel (Pierre Grégoire) – Aubert Pallascio (Gilles Roberge)
Duración original: 95’
No estrenada en la Argentina
Es un filme acerca del dolor. El físico (que nos degrada el cuerpo) y el otro (que nos hace desfallecer en nuestro interior).
Trata sobre la muerte, la soledad y nuestra posible misión en un mundo con/sin Dios.
En el medio está el paisaje, como protagonista central. El relato se inicia con el doctor Rainville observando (de espaldas) el conjunto de árboles agitados por la brisa. El escenario campestre del pueblito de la localidad canadiense de Normétal será mostrado de acuerdo al estado de ánimo de los personajes (protagónico o no) y hasta de la paz o la desgracia que sobrevuela historia. Tal es la importancia que juega y que Sara Mishara fotografía de maravillas.
Bernard Émond (guionista celebrado y director de éste, su quinto filme) mantiene el compás de una sonata compaginada y ejecutada por un soberbio elenco y excepcionales técnicos. Es el compás de los latidos del corazón que sobrevive hasta que huya el día, de cualquier modo, a cualquiera de nosotros en el momento imprevisible de los estertores.
Ese diestro compás marcado por Émond permite que su ejecución no admita gritos (pero sí sollozos acallados por un abrazo), estruendos emocionales (pero sí las consecuencias), despedidas (bañadas del rocío del silencio o de la nieve que anuncia la llegada del invierno).
El doctor es un extraordinario hombre, el único médico de un pueblo que está deshabitado por el cierre de la más importante fuente de trabajo: la actividad minera). Decide jubilarse y pide un suplente temporario hasta un acostumbramiento). El arribo de una médica (una estupenda Elise Guibault) inicia una relación de aprendizaje de la profesión en la casi abandonada ciudadela y del conocimiento necesario para servir al único que necesitamos: el prójimo, quien a su vez requiere de nuestra ayuda. Los otros y uno. Uno y los otros. He ahí la clave, explicará sin palabras, el maravilloso doctor.
Quien resume la intensión de la historia, tal vez, sea la hermana del galeno, la madura Gaétane, decidida a tomar los hábitos: “Yves siempre decía que los hombres somos niños malcriados y enfermos. Nos trataba como se trata a un niño. No hay otra forma de acercarse a los humanos, esos desvalidos. Él se declaraba ateo, pero estoy segura de que Dios lo va a recibir con los brazos abiertos”, pronuncia desde el altar luego de una misa donde concurren (pocos) creyentes y (pocos) agnósticos. Es un pueblo solitario. Tanto que hay un solo panadero que amasa el pan toda la noche acompañado de la música de Beethoven. “Si yo no vendo el pan de cada día, ¿quién lo hará en este pueblo?”, explica y se interroga este ex estudiante de Historia dispuesto a reemplazar a su padre en el negocio, aunque el arrepentimiento lo abruma por momentos. Un personaje fascinante que entablará una cálida relación con Jeanne, la doctora, indecisa de quedarse y retornar a Montreal.
La galería de personajes es numerosa: la siempre durmiente anciana e inquilina del hospital que ha sido la mujer más hermosa de Normétal; la otra que taciturna lee y espera el invierno último; la mujer que agoniza y no quiere dejar a sus dos pequeños hijos con el hombre que los abandonó al descubrir que su mujer –de quien abusaba- padecía de cáncer; la muchacha de 16 que solicita la receta para un aborto en un país en que está legalizado; el patán prepotente que evade su soledad en el bar donde expenden drogas; la ayudanta, testigo de las luchas (las externas y las otras), y está el sexagenario millonario que envía su helicóptero en busca de atención médico porque necesita conversar con alguien luego de haberse golpeado el cuerpo en una caída (¡oh, indomable inconsciente!) debida a su beodez y a su negativa a tomar sus mediamentos.
En fin, la lista es maravillosamente grande. Pero cada personaje se remite a un solo mensaje: nuestras vidas vulgares y efímeras sólo se justifican si vamos en ayuda del otro, eser otro que –como dice el sacerdote en su sermón- puede hacernos daño pero al que debemos perdonar porque nosotros también hemos lastimado a alguien.
Quien escribe estas líneas contemplando el afiche de este bello filme sintió una inquietud de estar viendo algo ya conocido: el rostro de Jeanne sonriente y (sobre todo) el laberíntico paisaje detrás de ellas remite a La Gioconda. No es una fatua comparación. Surgió, sorpresivamente. Es que de haber en la obra de Émond algun dato que remita a la obra de Leonardo. La médica, que se nos presenta sin pasado, tiene alguna clave que justifica tal vínculo… Felicitaciones para quien pueda detectarlo.
Hernando Harb
(*) “El legado” o “La donación” fue exhibida los festivales de cine de Locarno (Suiza) –mereció un premio-; de Toronto - obtuvo otro lauro- , en el Pusan International Film (Corea del Sur), en el Vienna International Film Festival (Austria), el en Festival de Cinéma du Québec à Paris, en el Göteborg International Film Festival (Suecia), y en los certámenes estadounidenses de Santa Barbara y el Stony Brooks. Todos celebrados en el año 2009.
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Lenta muy lenta Es una lástima, falto un buen guión ya que la temática es muy buena. La actriz principal es inmutable, sin gestos faciales solo una sonrisa, parece inhumana. La dirección del film buena.