UN MARAVILLOSO PESIMISTA
GRACIAS, MAESTRO LUIS GARCÍA BERLANGA
Fue un talento. Un anarquista inconstante. El hombre culto que descendía a la aldea provinciana a descubrirles que 2x2 era una fórmula que los norteamericanos resolvían de un modo más complicado, con logaritmos y dibujos raros en el pizarrón de la escuelita de paredes descascaradas.
Fue el amigo de Rafael Azcona, se admiraron uno al otro, se ayudaron uno al otro, en el altar del cine. Era el hombre que se burlaba de la guerra, como corresponde: con una sonrisa amarga e interrogándose: “¿Hay algo más absurdo que la guerra?”.
Se fue de este mundo efímero, fantásticamente cruel, con el deber cumplido (a lo mejor sin saberlo) y observando al género humano: dispar, santo y disoluto, valiente y cobarde, resignado por el amor y atormentado por las lejanías del terruño amado o de los seres queridos.
Porque Luis García Berlanga fue eso y mucho más que el pobre lenguaje no logra explicar su importancia en este cosmos complejo cuyo orden trató de indagar sin rendirle pleitesía, odiando a los autoritarios de diestra y siniestra, lamentándose por la ignorancia de los humanos y por esa ambición que nos desvela hasta no poder ver a nuestro alrededor.
Nació el 12 de junio de 1921, en Valencia, Comunidad Valenciana, un lugar de su amada España, un sitio del complicado mundo que le tocó vivir.
Su último filme fue un corto (13 minutos) “El sueño de la maestra” (2002) estrenado en Madrid en 20 de diciembre del año en que lo realizó. Es casi seguro que en
“París Tomubuctú” (1999) fue su último largometraje, exhibido hace unos meses por la señal de cable Europa Europa, una diadema en el ritual de la programación local. Era un filme imperfecto, pero con las señales del maestro: irreverencia, desplantes a las instituciones, pícaro, mujeriego y sobre todo enemigo del aprendiz de brujo que desoye el mensaje del deber.
En Buenos Aires, su nombre se difundió con “Bienvenido, Mister Marshall” (1953), estrenado en un par de cines de la hispánica Avenida de Mayo dedicados a la difusión de las novedades españolas. En plena era franquista García Berlanga se burlaba cariñosamente de los habitantes de un pueblito (presididos por una partiquina sevillana, Lolita Sevilla, y un anciano desorientado de todo y por todos (un maravilloso José Isbert) que esperaban la ayuda de USA para salvarse de la pobreza y sumarse a la carroza del progreso. El final borraba todo el jolgorio desplegado. La realidad se imponía: ¿qué podía importarle el Plan Marshall un pueblito perdido a la vera de un camino lleno de pancartas con los colores de la bandera de los Estados Unidos? Cruel, sardónico y tierno García Berlanga repetía la receta con su “Calabuig” o “Calabuch” (1956), que mostraba a un sabio norteamericano (el inolvidable Edmund Gwenn) perderse –feliz y auténticamente libre- en una localidad pueblerina donde la primitivez y el desconocimiento nuclear habían sido su motivo de vivir para que otros mueran. Maravilloso filme, que ninguna cinemateca argentina logra presentar para admiración de los jóvenes de esta actualidad de Harry Potter y maniqueos burladores familiares con un vaso de esperma donado a la mejor postor neoyorquina.
Luego “Los jueves, milagro” (1957), su trascendente “Plácido” (1961), el episodio de “Las cuatro verdades” -alumbrando la mediocridad de los otros tres segmentos- en 1962, y su obra maestra “El verdugo” (1963) osadía protagonizada por un soberbio Nino Manfredi representando al sucesor del encargado de dar el golpe de gracia de la pena capital establecida en España obligado por los apremios de la miseria.
Vendría el francés Michel Piccoli muriendo de amor por una muñeca artificial en “Tamaño natural” (“Grandeur nature”, 1974) –prohibida largo tiempo en
Llegaría su obra maestra, “La escopeta nacional” (1978), nunca exhibida en nuestro medio, censurado por horrorizados estetas del prejuicio y el falso apostolado que se comunica directamente con el teléfono de Dios. Es una película descarada hasta la grandeza, atrevida hasta superar los límites del fanatismo, audaz hasta derrumbar los muros antiquijotescos que asustaban al Caballero y a su escudero.
Otros títulos poblaron su magnífica filmografía. “La vaquilla” (con guión de Azcona) con Alfredo Landa y José Sacristán, fríamente recibida por un público argentino desinformado y más cercano (año 1985) a las desventuras sexuales de europeos y norteamericanos castigados por Vietnam.
No hemos visto su aplaudido “Todos a la cárcel” (1985) con José Sacristán. La aventura que significa recorrer videoclubes tal vez permita lograr el honor de admirarla.
El 13 de noviembre a las 3:42 abandonó esta tierra Luis García Berlanga. El Alzheimer fue el culpable. No interesa, ni conviene detenerse. Su Valencia (amada) lo debe estar despidiendo con un silencio orgulloso. Los españoles con una sonrisa admirativa. Los que amamos al cine, como un abrazo fuerte, muy fuerte.
Aprendimos mucho con Usted, maestro.
Hernando Harb
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