EL ÚLTIMO EXORCISMO de Daniel Stamm -Hernando Harb

miércoles, 3 de noviembre de 2010 en 14:56














EL ÚLTIMO EXORCISMO

de Daniel Stamm


Título original: The last exorcismo

Estados Unidos – Francia, 2010

Género: Horror

Hablada en inglés

Dirección: Daniel Stamm

Guión original: Huck Botko – Andrew Gurland

Producción: Marc Abraham – Thomas A. Bliss

Música original: Nathan Barn

Fotografía en colores: Zoltan Honti

Intérpretes: Patrick Fabian (Cotton Marcus) – Ashley Bell (Nell Sweetzer) – Lous Herthum (Louis Sweetzer) – Iris Bahr (Iris) – Caleb Landry Jones (Caleb Sweetzer) –Tony Bentley (Gerald Manley)

Estrenada en la Argentina: 9 de setiembre de 2010

Duración original: 87 minutos

Calificación: Apta para mayores de 16 años


La historia pudo tener algún interés. Los guionistas Botko y Gurland aseguran (no les creo) haberse inspirado en un documental de 1970, “Morland”, quien se desnuda la comercialización detrás de la escena que ofrecen exorcistas farsantes. Tuvo su cuarto de hora esa denuncia de fraude que se aprovecha de la ignorancia y de intensas necesidades de gentes con problemas psicológicos. En vez del diván optan por un exorcista.

Lo que debe haber sido una segura fuente de inspiración (con miras a la taquilla) es “El exorcista” (1973, de William Friedkin) un mediocre filme que permitió al médico argentino Arnaldo Rascovsky analizarlo desde el punto de vista médico (*) en el año 1974.

Ya es sabido que no hay criatura más voluble que el espectador, sobre todo el aficionado a un género. En el caso de “El último exorcismo” repetir la fórmula no era un buen negocio.Se imponía hacer algunos cambios. Era necesario formatear el argumento, habrá pensado el alemán Daniel Stamm, sin entender que el público fagocitador imprevisible de novedades no sólo soporta cambios exteriores, exige que el relleno de la trama varíe con la ayuda de la imaginación. (Es lo que va a ocurrir con el 3D, como sucede con los cómics o los argumentos de extraterrestres.)

A Stamm no se le ocurrió mejor idea que simular una filmación “real”. Algo así como las dos esperpénticas (no en el sentido de don Valle Inclán, Dios me libre) “Proyecto Blair Watch”. O sea hacernos creer que rodaba un “filme dentro de otro”. La trampa era cantada: se arriba a un final donde los supuestos directores, camarógrafos y demás culposos complicados en el asunto no saben cómo terminar esa “irrealidad” que se intenta develar. Como no hay respuestas, la epilepsia de la cámara en mano culmina en final abrupto, sin develar nada y con todo el mundo despachado a los infiernos del fracaso.

Esta vez el predicador Cotton Marcus (hijo de otro evangelista jubilado en menesteres sanadores) cuenta experimentar culpas por burlarse de su cofradía (en su currículum figura la cura de un chico autista) y al revisar la correspondencia de “creyentes” le atrae un pedido de ayuda: en la granja de los Sweetzer se muere el ganado y la culpan a la hija de 16 años de estar poseída por algún demonio capaz de llevar a la familia al derrumbe económico. La paga es muy buena. Entonces Marcus promete cumplir su último trabajo y vivir de rentas. Marcha con ayudante y camarista rumbo a las afueras de Louisiana a cumplir con su promesa.

Todo relatado con una cámara portátil que descabeza actores, no escatima diálogos inconexos ni escenas interrumpidas pegadas a otras para dar “aire” de documental (nadie se lo cree).

El viudo Sweetzer es un ronco fundamentalista padre de dos hijos: la virgen de 16 años poseída y un muchacho que se llama Caleb, nombre que remite al bíblico compañero de Josué ingresando a Palestina (curiosidad: el joven actor que lo interpreta se llama igual).

De más estar anticipar que la cama de la obre Nell pega unos brincos al mejor estilo de los padecidos por Linda Blair, el rostro se le contrae, emite obscenidades -no muchas- con la voz de Abbalan, diablo educado si los hay, etcétera. al ritmo de una cámara que ignora de montaje y copia a saltimbanquis fuera de moda.

A la chica el astuto Cotton la sana con unos baños de pie y una cruz que despide humo simulado. Cobra una buena suma y los farsantes se van contentos. Pero, durante un descanso en el camino, Nell se les aparece con dos anuncios: el padre la quiere matar y está embarazada.

Vuelven al nada “hogar” tratando de indagar si están ante un caso de incesto o si la chica fue preñada por un barman que resulta ser gay.

El impacto final demuestra que guionistas y Stamm fracasaron en sus renovadores intentos del género. Es más: eso de hacer un “filme dentro de otro” no convence a la bestia hambrienta que habita en el adicto al género. La fórmula cambió en forma exterior. En lo interior, nada.

El mensaje del mediocre Stamm es: “No juegues con el diablo porque termina convirtiéndote en juguete en medio del bosque y ante fogatas capaces de consumir a varias santas a la vez”.

No indigna si uno sospecha de la buena voluntad de cambio. De no ser así, que Abbalam los afilie.


Hernando Harb


(*) El doctor Arnaldo Rascovsky (Córdoba, 1908)-Buenos Aires, 1995) fue médico, psicólogo y psiquiatra autor de la teoría de la existencia de una sociedad filicida. Escribió un magnífico análisis del filme de William FriedkinEl exorcista”, guioniado por William Peter Blatty sobre su novela homónima, en la que describía con puntillosidad que el éxito de la película obedecía a una identificación del espectador con un caso de filicidio que padecía la chica protagonista ante un padre despreocupado y ausente que buscará en la figura de un sacerdote al “buen padre” que habrá de curarla de su odio hacia la figura paterna (que no aparece a lo largo del metraje, sí su hija lo escucha por teléfono saludarla por su cumpleaños y disculpándose, una vez más, por su ausencia).


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