LAS PERVERSIONES DE LIVIA o “BLACK ANGEL”
de Tinto Brass
Título original: “Senso ‘45”
Italia, 2002
Hablada en italiano y alemán
Género: Drama erótico
Dirección, Guión y Montaje: Tinto Brass
Basada en la novela “Senso” de Camillo Boito (*)
Productor: Giuseppe Colombo
Fotografía (en colores y en blanco/negro): Daniele Nannuzzi
Dirección de Arte: Carlo De Marino
Música compuesta y dirigida por Ennio Morricone
Vestuaristas: Alberto Moretti y Alessandro Lai
Intérpretes: Anna Galiena (Livia Mazzoni) – Gabriel Garko (Helmuth Schultz) – Franco Branciaroli (Ugo Oggiano) – Antonio Salines (Carlo) –Erika Savastani (Emilietta)
Duración original: 128’
Estreno en Italia: 12 de abril de 2002
No estrenada en la Argentina.
Distribuida en video por SBP con copia original.
La primera sorpresa es descubrir que el título elegido para du distribución en video en la Argentina no es el verdadero: “Senso ‘45” es el real. La segunda es descubrir que se trata de una remake de un maravilloso filme de Luchino Visconti de 1954 (**). Hay más, tratándose de un cine hecho por Tinto Brass no podía ser de otro modo.
La famosa novela de Camillo Boito, como era de esperar, sufrió alteraciones pero el corazón maltrecho de la historia se mantiene.
Desde ya la época es otra. Estamos en 1945, meses antes de la caída del fascismo y la derrota nazi. Livia Mazzoni (mantiene el nombre de la novela, no así el apellido) es una hermosa mujer de 40 años de edad, casada con un un colaboracionista encargado de hacer negociados con los bandos hitleristas y, por supuesto, con los “camisas negras”. El marido es obeso, inescrupuloso y sus prácticas amorosas le producen rechazo a su mujer, quien durante una función teatral (alterada por grupos rebeldes) conoce a un joven teniente alemán, Helmut Schultz (***), un rubicundo con exceso de maquillaje que le produce un coup de foudre con sólo mirarlo (hasta cuenta en off que con apretón de manos Livia tiene un orgasmo).
Es el estallido del amor-pasión. El militar capta la reacción femenina. Es un mujeriego consumado, un adicto al juego y aspirante a desertor, pues intenta reunir dinero para obtener una salida ilegal de las filas nazis.
Como en los filmes de Brass la protagonista domina el relato.
Su amor comparado con “la pasión turca” padecida por Ana Belén en el filme de Vicente Aranda es Gulliver al lado de un liliputiense (****).
Con una fotografía deslumbradora, unos travellings magnificados por el editor/director/erotómano y un fondo musical creado por Morricone -más dos temas musicales cantados por Marlene Dietrich- los pormenores de la relación se detallan y provocan arritmia hasta en el más sano espectador. Los íntimos estallidos pasionales tienen secuencias dignas de figurar en las páginas doradas del cuaderno de bitácora de ese navegante de aguas lascivas que es Brass. Una de ellas es una relación anal en el balcón de la garçonière veneciana del militar: mientras Livia es poseída, Helmut grita estar penetrando a Hitler, Mussolini, Stalin, a la Santa Iglesia Católica y demás instituciones (se le olvidó el famoso fumador de cigarros, don Churchill). Los resultados del goce mostrados y subrayados con palabras (cultas y en off) de Livia son envidiables. Tanta ideología combinada con un ejercicio físico-sexual aireado por la brisa veneciana sólo el director de “Calígula” podía sortearla con tanta desmesura y sensualidad. Justo es admitirlo (despropósitos aparte e inevitables links con algún excelente título de Bernardo Bertolucci).
Lo que sigue puede ser intuido: muchos espejos en la cabecera de las alcobas, amantes higienizándose con las puertas del baño abiertas para que el voyeur del DVD altere su ritmo cardíaco y un descenso a la realidad sufrido por la adúltera cuando descubre los múltiples engaños financieros y sexuales del alemán con un pelo demasiado teñido de amarillo.
Toda la historia es un raconto reconstruido como un rompecabezas en la mente de Livia que va en busca de su amante para huir de su millonario cónyuge acompañada por un amigo, Hugo, al que le ha prometido recompensarle como corresponde si aprieta el pie en el acelerador y evade las presencias de los partisanos.
El viaje está filmado en blanco y negro. La historia central en colores maravillosos debido a la pericia de Daniele Nannuzzi.
Los recuerdos de la enferma de amor fou incluyen una minuciosa orgía que deja pálida a la famosa bacanal de “Calígula”. Porque ésta era mostrada con tanta concurrencia y alboroto que las “minucias” inventadas por los orgiásticos pasaban algo inadvertidas. En este caso, los desbordes transcurren en la intimidad (es un decir) de un amplio departamento donde los invitados hacen reales sus fantasías: la de la pluma de ganso es un hallazgo. El desfile de genitales (de ambos sexos) es ininterrumpido, y la hermosura de las stunts confirma el buen ojo de Brass en materia de mujeres.
Todo alternando con algunas matanzas llevadas a cabo por los nazis ante la indiferencia de los amantes, lo que confirma que hay pasiones tan enfermizas que ni el deber ni el mínimo rasgo humanitario son capaces de aquietarla aunque sea un segundo.
Así les va.
Evidentemente, si se revisa pormenorizadamente la filmografía de Brass, autor de los guiones propios o adaptados escritos con un afán sexológico que parece aumentar a sus 76 años de edad, salta una evidente idolatrización del Poder . Un emperador ambicioso, nazis orgullosos de sus uniformes que despiertan miedo, mussolinianos provocadores de terror, son criaturas que nacen de un interior donde el dominio que ejerce el macho es total y hasta su aparente afición a mostrar esplendideces femeninas parecen insinuar una contradictoria actitud que lo delata como misógino encubierto. “Ellas” sólo pueden liberarse del dominio de lo fálico con la venganza, en el mejor de los casos con alguna conducta maliciosa o pícara. Pero todo encubre un deseo de poseer a la “mujer-objeto” a toda costa. Desnudarla hasta la la exuberancia que ofrece lo obsceno (un prestigioso crítico (*****) lo definió como “el poeta de lo obsceno”.
Otra confirmación del machismo itálico de Tinto Brass es su afición por fotografiarse fumando enormes cigarros. Y obsérvese el juego que la pareja protagónica “Las perversiones…” insinúa con un habano que termina en poder del hombre.
La autoridad es del Hombre. La debilidad es de la Mujer. Si ésta se rebela es con métodos feroces (la delación, el crimen, el engaño). En toda mujer hay sueños de poseer al dueño de la Autoridad. Livia lo confirma en la relación oral: Helmut arruga en sus manos el dinero que lo salvará de la guerra en tanto ella “lo posee” hasta como ella susurra en off “hacerlo mío para siempre”.
La cuestión es que Brass es un eficiente artesano donde lo erótico puede deslumbrar ofrecido como en un paquete de regalo no precisamente navideño, pero sí para un baile palaciego cuyo final se supone tórrido.
¡Ah! La mención al libro de D.H. Lawrence “El amante de Lady Chaterley” como mediador para prácticas onanistas es lamentable. El notable escritor británico no se merecía tan penosa referencia. Ni es admisible como alusión propagandística.
Hernando Harb
(*) Excelente autor. Su novela “Livia” se desarrolla en 1866 durante la ocupación austríaca sufrida por Italia. Su novela tiene un sentido crítico (ideológicamente) a la penosa conducta de una mujer despechada que delata al uniformado que ama.
(**) Luchino Visconti filmó “Senso, un amor apasionado” en 1954. Fue exhibido con suceso en el Festival de Venecia de ese año, pese a ciertas posturas de críticos de derecha. La película tenía como protagonistas a Alida Valli, al norteamericano Farley Granger y a Massimo Girotti. Recordar que la soberbia Valli fue una de las admiradores del fascismo y una de las actrices que colaboró con el régimen del Duce.
(***) El militar encarnado por Granger lleva como apellido Mahler, en homenaje al músico preferido del director de “Muerte en Venecia”.
(****) La frase no sólo debe interpretarse literalmente.
(*****) Así lo llamó uno de los grandes críticos argentinos, Leo Sala, en el censuario “Satiricón” (segunda época).
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