DOLOR AL LÍMITE de Simon Hynd -Hernando Harb

martes, 26 de octubre de 2010 en 7:58













DOLOR AL LÍMITE

de Simon Hynd



Título original: “Senselees”

Estados Unidos, 2008

Género: Thriller

Hablada en inglés

Dirección: Simon Hynd

Guión: Simon Hynd

Sobre una novela de Stona Fitch

Producción: Micky McPherson

Música: Ian Cook

Fotografía en colores: Trevor Brooker

Montaje: Bill Gill

Intérpretes: Jason Behr (Eliot Gast) Emma Catherwood (Min) – Joe Ferrara (Blackbeard) – Sean O’Kane (Padre de Eliot)

Duración original: 90’

No estrenada en la Argentina

Exhibida en el Festival de Sitges

Calificación: Sólo para mayores de 18 años


Es un filme perverso. Ni siquiera malintencionado. Tiene una forma correcta (un fondo blanco casi permanente: paredes, muebles, sábanas). Se parece a una nuez, la mejor que uno pueda elegir por su apariencia y, al romperla, descubrir que está podrida. Totalmente.

Se anuncia como un thriller. Es falso. Se insinúa como una de ésas de terror que tiene tantos fans entre los jóvenes. No sólo es una falsedad, es una máscara.

Esta Senselees (en el original: Inconsciente/ Golpeado hasta dejar inconsciente/ Sin conciencia) es un filme que no se anima a decir sus objetivos concretos: es un pretexto político. Lo que, vágame Dios, no tiene nada de malo. Los admirables filmes de Costa-Gavras lo son, salvo alguna excepción. La batalla de Argelia de Pontecorvo es una obra maestra en su género. La lista sería infinita: incluiría nada menos que a Serguei Eisenstein y a Griffith, Ford y a Brooks. En cambio el desconocido Simon Hyd, emergido de las series norteamericanas hechas para consumo interno de la televisión de los Estados Unidos, es un hombre que juega sucio inspirándose en el puerco entramado de una novela desconocida de Stona Fich.

El protagonista es un estadounidense joven, casado, sin hijos, que se despide por dos semanas de su mujer para concretar negocios del Estado de su país. Tiene la misión, desde hace tres años, de concretar préstamos a naciones europeas endeudas que terminan pagando intereses usurarios mientras la deuda crece y debe retribuirse en ayuda militar, bases militares y demás cuestiones de guerra para combatir “iraníes, afganos, africanos en general, asiáticos y a nativos sudamericanos” (sic), lista que da un enmascarado integrante de una célula terrorista. La misma que rapta a Eliott Gest y lo conduce a un piso totalmente sellado, donde no le falta nada (desde agua potable, papel higiénico, ropa limpia y planchada y demás necesidades (falta un bidet). Lo van a tener preso, filmándolo para el mundo entero como un reality show. Primer indicio de irrealidad, pero puede aceptárselo como fábula adulta.

¿La finalidad? Que la gente (de todos los continentes) voten a favor o en contra de este responsable de los horrores que crean los dueños de guerras injustas (nunca se habla de hambre, miseria, explotación infantil, maltrato a las mujeres, y otras injusticias que no sean estrictamente económicas, aunque las nombradas también lo son de algún modo).

La diversión consiste en destruir en ese cautivo “todo aquello que un hombre estima, para demostrar los que padecen los que son bombardeados (justa o no, como ocurre en algunas guerras, eso no se menciona)”.Entonces ingresa un jefezuelo cubierto con una máscara cómica, acompañado de una chica (media cara cubierta con un velo), tres enmascarados más y un médico con antifaz y maletín. Se disponen durante 38 días a someterlo a vejámenes continuos: lo amenazan brutalmente con violarlo; le queman la lengua hasta quitarle la piel; le insertan dos metales candentes en los orificios de la nariz hasta destruírsela; dos torniquetes le introducen en los oídos hasta dejarlo totalmente sordo; y le arrancan sólo un ojo -el otro lo conserva por una actitud que reivindica parcialmente a la chica Min- usando una cucharita de café…

A medida que se suceden las torturas la población mundial vota: los que están a favor de detener el show son “los petroleros, los empresarios de las multinacionales, los millonarios del mundo y, claro, su joven esposa” que ruega por él ; los que lo hacen para que todo continúe con mayor intensidad son: la clase media, los terroristas (sic) que desean destruir el imperialismo norteamericano heredero de ese otro que dirigía la Reina Victoria, las organizaciones estudiantiles que hacen donativos contantes y sonantes, los trabajadores del orbe que también hacen donaciones. Por supuesto el dinero de estos últimos crece insólitamente. No se mencionan organismos de paz, ni a socialistas, ni a ninguna institución religiosa, ni siquiera a simples seres humanos que soliciten terminar con el horrendo espectáculo… y mucho menos a integrantes de ja Justicia que invoquen leyes internacionales. No faltaba más. Lo que se quiere demostrar es que los ricos no quieren ser los próximos torturados ni se arrepienten de haberse equivocado, faltaba más; y que los millones que poblamos el mundo vemos el espectáculo desde nuestras casas todo el día exigiendo castigo a un culpable que dice “yo soy como un vendedor de diarios a quien se tortura mientras a los que escriben los periódicos están libres”.

El desdichado Eliott tiene varios recuerdos, pero hay un flashbacks reiterado con malicia: de muy chico aprovechó la ceguera de un muchacho negro para robarle dos dólares, conducta que el bueno de su padre castiga haciéndole que pida perdón a la víctima en una cartita en que señala que lo hace en nombre de “su honor, de su raza, de su país y del ser humano”, misiva que leerá casa por casa en el poblado pidiendo ser disculpado de su falta.

No importa. El show sigue para demostrarnos que cambiando la conciencia de Eliott variará la conducta de los infames seres que dominan inescrupulosamente mundo. Los activistas políticos son los dueños de la verdad absoluta. Son Dios habitando el Jardín del Mal en cuyo centro hay un nogal repleto de frutos podridos en su interior.

Suponer que cambiar de esa forma a un ser humano alterará la conducta mundial es tan imbécil como suponer que los extraterrestres nos visitan todos los días y toman café con nosotros para firmar un tratado de paz. O lo que es peor: negar la existencia del bien y del mal conviviendo en nuestra pobre existencia terrestre.

El final (no lo anticipo por si alguno siente curiosidad por ver este engendro) termina por demostrarnos que los espectadores del reality show somos los observadores que debemos emitir el sí o el no de la continuación del terrible episodio. Es una estupidez total: no podemos emitir nuestro voto porque la pantalla no tiene el formato de una caja comicial… Así que el resultado lo dan ellos, los dueños de la tortura, los que se vengan de las culpas ajenas desconociendo los códigos de la Justicia, y es más suponen que son los habitantes de un miserable edén hecho a la medida de sus sueños y de sus premoniciones de gurús de feria manchada de sangre, llena de furia, estrépito y reinada por el mal, en el que de paso no creen porque ellos ya lo representan…

En fin, lo de siempre: el Mal triunfa, pero al Bien no lo pueden matar…

Siempre habrán Cristos o Quijotes (al fin y al cabo como lo analizó el gran escritor Salvador de Madariaga) son lo mismo.


Hernando Harb

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