PACO, la punta del iceberg
de Diego Rafecas
Argentina, 2009
Género: drama
Producida por Zazen Producciones – San Luis Cine – INCAA
Fotografía (en colores): Marcelo Iaccarino
Asistente de dirección: Natalia Urruty
Montaje: Marcela Sáenz
Productores ejecutivos: Daniel Rafecas – Nicolás Batlle
Coproductores: Fernando Sokolowicz – Claudio Corbelli – Matiz Arte Digital – Federico Cuevas
Música original: Babasónicos – Pity Álvarez – Tonolec
Intérpretes: Tomás Fonzi (Francisco) –Norma Aleandro (Nina) – Esther Goris (Ingrid Blank) – Luis Luque (Juanjo) – Romina Ricci (Camila) – Sofía Gala (Belén) – Salo PASOK (Julián) – Juan Palomino (Indio) – Leonora Balcarce (Yari) – Willy Lemos (Susú) Nelson Castro (Periodista)
Fecha de estreno en
Duración: 120 minutos
Calificación: No apta para menores de 16 años
Fecha de estreno en
Cuando los curas villeros argentinos lanzan un documento acerca de la difusión de la droga vulgarmente conocida como “paco” se lanza en formato DVD el film denominado con el nombre del tóxico, cuya permanencia en cartelera fue pobre. Los sacerdotes consignan en un encuentro realizado en el colegio Pío IX, de Almagro, que la falta de presencia del Estado es notable. Y reafirman que para obtener la recuperación de los chicos adictos “hay que cambiar también el mundo a su alrededor”. Rematan que “reconocer el fracaso (de la lucha contra la droga) es la puerta de la salvación”.
El documento ofrece estadísticas arrolladoras y aseguran que “el paco llega a la villa antes que la escuela y el trabajo”.
Esta explicación viene a cuento acerca del oportunismo aparente que parece tener el lanzamiento del filme escrito y dirigido por Daniel Rafecas, dueño de una producción económica infrecuente.
Porque la película es un endeble policial, de montaje confuso (sobre todo en la primera parte), con aristas sociopolíticas contradictorias y un guión repleto de tramas que no terminan por definirse y que enturbian el deseable mensaje que debió poseer una película de estas características.
Rafecas se entusiasma con su protagonista Francisco, hijo de una senadora influyente, consumidor de paco y cuyo apodo en el ambiente de las cocinas se lo conoce como Paco, lo que origina una risible coincidencia en el espectador atónito ante una pretendida metáfora indigna hasta del peor cómic adolescente. El muchacho es recluido en una institución para ser tratado bajo la dirección de una pareja samaritana, Nina y Juanjo, y deberá convivir con un variopinto mundillo de seres que cargan su adicción por causas apenas insinuadas en medio de un contexto dramático endeble por lo esquemático (en el mejor de los casos).
La actitud de la madre del internado se presta a la indignación: obtiene donaciones para la institución que asila a su hijo con una rapidez infrecuente en medios estatales y con orígenes no aclarados. Es más, la senadora (a cargo de una Esther Goris que no ha podido liberarse de su empatía artística con Eva Perón) se maneja con una soberbia inapropiada para una mujer que padece la enfermedad de su hijo sobre quien pesa una acusación de atentado y de muertes en un barrio pobre. En tanto la senadora recolecta fondos se escuchan frases insólitas (“Todo esto que se hace es contra la drogadicción, no ataca al narcotráfico”, es una) cuyo análisis se presta a deducciones con tufillo a amedrentamiento literario.
A esto se suma la cantidad de dramas secundarios que apenas se resuelven y quedan convertidos en bosquejos recortados de otro libreto (el caso de la desorientada Sofía Gala), o el final a cargo de la directora Nina (una repetida Norma Aleandro confesando haberse dedicado a su labor curativa por ser una ex adicta a la heroína…, o la temible escena de la seducción de Juanjo (un desubicado Luis Luque) perpetrada por una experta pupila.
Lo que se le achaca a este Paco es su fracaso como medio de prevención acerca de un drama que envuelve a tantos jóvenes (y no tanto) en una ciudad incapaz de albergar a gentes capaces de combatir un vil comercio que enmugrece nuestras calles y que supera el trabajo afanoso de la justicia.
La película no es convincente desde ningún punto de vista. Es más, sus intenciones son tan frustrantes que ni la moralina contagiosa de los discursos pueden salvarla de la condena al olvido. Para muestra basta la escena de la inconvincente conversación entre madre e hijo en la confitería Ideal,
La intervención del excelente periodista Nelson Castro no hace otra cosa que ocupar un lugar (breve) en un profuso elenco merecedor de otra suerte.
Hernando Harb
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