EL JUEGO DEL AHORCADO de Manuel Gomez Pereira - HERNANDO HARB

lunes, 28 de junio de 2010 en 17:14
















EL JUEGO DEL AHORCADO

Título original: El juego del ahorcado

España – Irlanda, 2008

Drama

Hablada en español e inglés

Filmada en Gerona (España) y en Dublín (Irlanda)

Dirección: Manuel Gómez Pereira

Guionistas: Manuel Gómez Pereira – Salvador García Ruiz

Intérpretes: Clara Lago (Sandra) – Álvaro Cervantes (David) – Adriana Ugarte (Olga) –Mary Murray (Profesora Margaret)

Estreno en España: 30 de enero de 2009

Duración: 114’

No estrenada comercialmente en la Argentina

Distribuida en DVD en la Argentina

Duración: 114’


Es la historia de un un amor juvenil (Sandra, 15, y David, 16) cuyos protagonistas -se conocen en la infancia toria de en un par de episodios traumáticos- son un par de convidados del amor-pasión cocinado en la olla del inconsciente colectivo hace varios siglos. Ineludible: la fatalidad los espera para marcarlos (hasta físicamente: el tatuaje en el hombro izquierdo que se impone Sandra es la marca exterior de la condena interior).

Dos habitantes en una Gerona de 1989, sin contención dispensada ni por el afecto adulto, apenas esbozada en la actitud de un padre titubeante o en la disertación previsible de un sacerdote entre los estantes de una biblioteca popular, se unen por un hecho desgraciado. La hermosa Sandra es violada y cree haber asesinado al atacante (un asesino serial). El pusilánime David habrá de empeñarse por salvarla.

Son adultos prematuros. Un Romeo y Julieta en una localidad ibérica que parece prescindir de ellos. Sólo hay lugar para las inquietudes que se consideran comunes. No hay sitios para los violentados. De ahí que la pareja se zambulla en un océano de silencios y de agradecimientos pasionales. No aprenderán a amarse. Para David la posesión es más fuerte que el deber de amar. Para Sandra su egoísmo le impide reconocer la debilidad del que la ama (mal, es cierto, pero sin reconocer el léxico de la ternura reparadora que el joven le brindó en algún instante).

Drama que se sigue con interés creciente, pese a debilidades responsables del posible alboroto en el cuarto de montaje, y lamentando la presencia de algún secundario que pudo ser fácilmente evitado (el caso de la lesbiana Olga) aunque el director Manuel Gómez Pereira reconozca como presencia necesaria para que Sandra asuma libertad en sus decisiones.

El realizador tiene una carrera interesante en el campo televisivo. En el área del cine es responsable de algún pasatiempo olvidable (“Entre las piernas”, 1999) y de cierto desliz en el rubro de asistente de dirección (“Como ser mujer y no morir en el intento”, el primer filme de Ana Belén como directora y en el que MGP figuraba como Manolo Gómez), pero aún posible darle posibilidades futuras.

El filme vale como un intento actualizado acerca de jóvenes que no asumen una adultez anticipada que la actual sociedad no premedita como debiera ocurrir.

Es interesante remarcar que la acción se desarrolla entre 1989 y 1990, un período en el que los albores de la electrónica asomaban,de ahí que en la acción de este “Juego…” se pueda extrañar ala velocidad de un mail o la recurrencia a un celular. Claro, sin estos avances técnicos la acción hubiera sido otra. Pero esa ausencia convierte la relación más desesperadamente personal. Y esto colabora con el crescendo del entramado policíaco.

También puede objetarse la intromisión de unas secuencias en Dublín, necesarias es cierto, pero insertadas como a destiempo, como si la introducción de la capital irlandesa hubiera requerido de secuencias precedentes que sorprendieran menos y marcaran mejor el transcurrir del timming cinematográfico. Gómez Pereira suprimió tramos explicativos en este amor-pasión (la internación de David en un neuropsiquiático) que habrían otorgado claridad en la drástica resolución final. Pero, bueno, es una cuestión de síntesis. Si se hubiera segmentado algún montaje clipero quizás el espectador agradecería una duración excesiva en los tramos culminantes de este juego del ahorcado que resume el enfermizo carácter del obsesivo muchacho, hombre a destiempo.

Algo más: el trabajo de los actores protagónicos es muy buena. A diferencia de la irlandesa profesora, titubeante y distante de lo que (le) ocurre.


Hernando Harb

MEDIA LUNA de Bahman Ghobadi -Arnaldo H.Corazza

domingo, 27 de junio de 2010 en 6:13











MEDIA LUNA

de Bahman Ghobadi 1

Ficha Técnica

Guión y Dirección: Bahman Ghobadi

Actores: Mamo … ISMAIL GHAFFARI / Kako …. ALLAH MORAD RASHTIANI /

Hesho …. HEDYE TEHRANI / Policía …. HASSAN POORSHIRAZI /

Niwemang …. GOLSHIFTEH FARAHANI / Shouan ….SADIQ BEHZADPOOR

Fotografía: Nigel Block, Crighton Bone

Edición: Hayedeh Safiyari

Productor: Bahman Ghobadi

Diseño de Producción: Mansooreh Yazda /

Bahman Ghobadi

Música: Hossein Alizadeh

Duración: 107 min

País: Austria / Francia / Irán / Iraq

Idioma: kurdo / persa

A Mamo, un músico mayor y de renombre, le dieron permiso para llevar a cabo un concierto en el Kurdistán iraquí. Su fiel amigo Kako conducirá un autobús escolar que irá recogiendo a los diez hijos músicos de Mamo, repartidos por todo el Kurdistán iraní. El viejo músico kurdo ha esperado 35 años para poder actuar de nuevo en el Kurdistán iraquí y no escucha la premonición de su hijo de que algo terrible le espera antes de la siguiente luna llena. Por otro lado, tratará de convencer a Hesho, una cantante que vive en un refugio de montaña con otras 1.334 cantantes exiliadas, de que se una a ellos. Pero como las mujeres en Irán no pueden cantar en público ante los hombres, Hesho deberá ver de que forma pueden llegar al lugar. El viaje de Mamo y su grupo no está exento de dificultades, pero su constancia y persistencia, logrará llevarlos a todos al terreno de la aventura, la emoción y la magia.

Es una aproximacion a las tragedias de la nacion Kurda, con un aire de comedia en algunos tramos. Los Kurdos son mas de 40.000.000 de personas desparramadas por el mundo, y especialmente afincadas en un territorio enclavado en Iran, Turquiaz, Irak y Siria. Es una nacion sin territorio propio que vienen reclamando sin caludicar. Bahman Ghobadi es un director Irani, de la etnia kurda, que ha filmado solo 3 peliculas, y ya obtuvo premios en los festivales de San Sebastian y Estambul. Con un elenco no profesional, el Director nos trasmite imagenes creibles, que metaforicamente ponen de manifiesto en drama de los kurdos. El viaje de Mamo -viejo musico kurdo- con sus hijos hacia el Kurdistan Iraqui, para dar un concierto luego de 35 años, es un viaje mitico, lleno de metaforas, y hasta escenas risueñas en el marco de esta tragedia. Llevan escondida una mujer cantante, sin la cual Mamo no puede hacer el concierto, ya que en Iran las mujeres no pueden cantar en publico ante los varones. Esta bien filmada, es el tema atrapante, no ingresara jamas al circuito comercial, pero hay que verla, aunque mas no sea para conocer, en parte solo en parte, el drama de los kurdos. Pero ademas es buen cine, inteligente, y digno de ver.

1.-Bahman Ghobadi, بهمن قبادی, versión persa del nombre kurdo Behmen Qubadî (Baneh, Irán, 1 de febrero de 1969) es un director de cine, guionista, productor, director artístico, actor y diseñador de producción kurdo-iraní.Fue encarcelado por el regimen de los ayatolas por su crítica al presidente del país, Mahmud Ahmadineyad.

Puntos 1 a 5: 3 puntos

CARANCHO de Pablo Trapero - HERNANDO HARB

jueves, 24 de junio de 2010 en 19:42















CARANCHO

Argentina, 2010

Género: Policial

Fecha de estreno en la Argentina: 6 de junio de 2010



Director, Productor, Co-guionista y Montajista: Pablo Trapero

Guión: Alejandro Fadel – Martín Mauregui – Santiago Mitre – Pablo Trapero

Montaje: Ezequiel Boroviwsky – Pablo Trapero

Dirección de Fotografía (en colores) y Cámara: Julián Apetezguia

Productora Ejecutiva: Martina Gusman

Director de sonido: Federico Esquerro

Dirección de producción: Agustina Llambi Campbell

Intérpretes: Ricardo Darín (Sosa) – Martina Gusman (Lujan) – Carlos Weber - José Luis Ronzano

Duración: 127’

Calificación: Sólo para mayores de 16 años


El abogado Sosa es un individuo detestable dedicado a estafar a las gentes que deben cobrar seguro de vida después de un accidente automovilístico. Añora recuperar su matrícula y liberarse de una relación de dependencia: la llamada Fundación, un estudio jurídico dedicado a vivir de las desgracias ajenas en connivencia con médicos, choferes de ambulancia, jueces y policías. Está siempre antes que los galenos en el lugar del hecho donde ve posibilidades de obtener un negocio. En síntesis: un “carancho”, esa lacra que pulula por las salas de emergencia médica y por las empresas de servicios fúnebres.

Después de recibir una paliza (resultado de sus andanzas ilegales) arriba con celeridad a aprovecharse de un herido en un accidente en una Buenos Aires nocturna más solitaria que un desierto sin un camello a la vista.

Llega casi simultáneamente que la doctora de guardia de un policlínico de San Justo, una Luján prevenida de la tarea de este tipo de habitantes camuflados en una legalidad acogida por la venalidad de instituciones varias.

El comienzo del último filme de Pablo Trapero despierta interés. Hay nervio, acción y penumbras prestadas por algún filme noir. Pero el motor de la accción vuelve a ponerse en marcha y toma un camino que se bifurca en varios senderos: el joven director (nación en 1971, precisamente en San Justo) toma la senda equivocada. Sus acompañantes del hipotético rodado que es el ojo de la cámara prefieren el paisaje más despojado y sin complicaciones. Porque los guionistas (¡tres! más Trapero) toman el volante y, ya se sabe, muchas manos pueden provocar un choque de imaginaciones.

Es una película frustrada. El marginal leguleyo carece de biografía, por ahí dice que prefiere no contar acerca de su pasado (pero al espectador sí le interesa conocer las motivaciones de su inconducta). Por lo tanto, Sosa es Sosa, un descastado sicial y pare de contar. Sus impulsos deben ser adivinados, sus postergadas ambiciones, intuidas y ni hablar de sus pretensiones. Eso sí, está muy solo. No podía ser de otro modo.

Conoce a Luján, una doctora que deambula como una zombie todo el tiempo. Parece sufrir de una abulia crónica. Dice que le gusta su profesión, pero no lo demuestra. Se sabe poco de ella. Nada más que es una provinciana que ejerce en una ciudad violenta. Y que está muy sola. Podía ser de otro modo. No se justifica tanta apatía.

Los dos parecen atraerse. Él la cita a la salida de su trabajo y ella contesta con un que puede ser ya que estamos. Se encuentran en un bar ubicado al borde de una ruta. En una toma sin cortes se los escucha hablar: se entretienen pensando en posiblers de dos, tres y cuatro coches que divisan a través del opaco vidrio. Lo que demuestra que su ética se parece a la de un simio con aguja hipodérmica presta a pinchar sin ton ni son. La escena inmediata es previsible hasta para el espectador más desprevenido: se abre la puerta del departamento de uno de ellos que se desvisten con un frenesí prometedor contra la pared. Pero los (sí, ¡cuatro!) guionistas los obligan a hacer una escena que pretender ser hot pero que resulta cold tal es el adormecimiento que presta la galena al “carancho”, que inicia una relación que algún crítico llamó “visceral” sin darse cuenta (queremos creer) que inauguraba un chiste involuntario tratándose de una película abocada a la minuciosa descripción de operaciones, sangrías, pinchazos y otros aderezos típicos de una guardia médica.

Después el motor de la creatividad disminuye. Hay tantas paradas (tiempos muertes) como accidentados bañados en hemoglobina, anestesias y profusión de algodones. No es exageración.

La cuestión es que la relación no se sabe si es romántica, circunstancial, protectora, enfermiza o pasional (aunque esto último es dudoso por la desenvoltura erótica de los protagonistas por más que el dúctil Ricardo Darín acelere el motor y desparrame espasmos culminantes sobre las espaldas de su pareja que parece en brazos de Morfeo. Hay que verla para saber cómo no se debe filmar una relación sexual animada por amantes correspondidos.

El motor del rodaje disminuye la marcha. Por más que Sosa se meta en turbiedades que los caminos sin retorno esperan al final del trágico sendero que (sí, ¡cuatro!) imaginan sin gastarse demasiado. Ni la productora ejecutiva Martina Gusman (esposa del director y somnolienta doctora Luján) intentó prevenir. Cada uno a sus tareas. No mezclar los tantos, aunque se tengan la mirada puesta en la taquilla. No hay que distraerse al volante.

El resto de los actores casi no existen. Porque no hay personajes, salvo el insinuado en el pobre Tito, chofer de ambulancia y cómplice del “caranchismo”. Es que el malo hace de malo, el doctor que imparte reprimendas de doctor que imparte reprimendas. Etcétera.

Hay un solo momento que quiebra el hastío de Luján y Sosa: es la secuencia de un cumpleaños quinceañero. No es cuestión de ilusionarse: ambos la emprenden con una conocida canción aboleradas que habla de muertos y de un más allá que traiga paz.

El motor se acelera un poco al final, cuando la pareja parece curar heridas (físicas) por obra del maquillaje y del errático montaje. Pero es tarde. Porque se olvidan que cuando se maneja hay que prestar atención y deben evitarse caricias y comentarios sufrientes al cruzar una esquina. Porque se viene lo previsible: un crash (*) que segurante habrá de explotar algún “carancho” que hace cuentas redituables en los dividendos de la taquilla.

Es una lástima. Trapero se olvidó de su esquematismo admirable de Mundo grúa (1901), del inconsciente (o no) neorrealismo de Familia rodante (2005) y hasta de la sensibilidad de su Sebastián en el sur argentino de Nacido y criado (2006). Está más cerca de su Leonera reciente. Debe buscar otros caminos, tal vez en su San Justo natal los encuentre. Y no se pierda en ambiciones de alguna muestra francesa destacable (Una Cierta Mirada), cuyo jurado debe haber supuesto que este Carancho es un muestrario de obsolescencias sanitarias argentinas, cuando no un código necesario: el de tránsito. Un articulado que sufre violaciones en los policiales norteamericanos y europeos. Hay que tomar precauciones para la próxima. Por el bien de los espectadores y del buen cine argentino. No se debe transar.

(*) No es una alusión a alguna memorable novela de ciencia ficción ni a una película no valorada.


Hernando Harb

EL CRACK de Jose Martinez Suarez - Hernando Harb

lunes, 21 de junio de 2010 en 18:21
















EL CRACK

Argentina, 1960

Género: Drama social

Director: José Martínez Suárez

Guión: José Martínez Suárez, Carlos A. Parrilla y Solly

Libro: Obra teatral de Solly

Música: Víctor Schlichter

Montaje: Antonio Ripoll – Gerardo Rinaldi

Intérpretes: Jorge Salcedo - Aída Luz - Marcos Zucker – Domingo Sapelli – Carlos Rivas – Enrique Cosí – Fernando Iglesias (a) Tacholas – Pablo Cumo – Claudia Laforgue

Duración: 85 minutos

Fecha de estreno en la Argentina: 16 de agosto de 1960

Calificación: Apto para todo público


En momentos en que se juega el Mundial de Fútbol en Sudamérica (2010) se intentaron armar algunos listados de filmes argentinos dedicados al tema del deporte que es “pasión de multitudes”.

Los resultados mostraron que el tema es uno de los asuntos tabú en la pantalla local, tal vez más que el del negocio de la prostitución (cuyo mayor intento fue La malavida de Hugo del Carril, filmado con el advenimiento de la democracia y con buenos resultados comerciales).

Pero el fútbol es un material quemante hasta por los más audaces y altruistas hombres abocados a la dirección en nuestro medio.

En esas encuestas no faltaron los típicos filmes que apenas esbozaron las brasas del meollo y derivaron en otros proyectos. Por ejemplo no faltó el Discepolín con su conmovedor e inofensivo El hincha (1951) o la lacrimógena y populista Pelota de trapo (1948). También se incluyeron la surrealista El centrofoward murió al amanecer basada en una obra teatral de Agustín Cuzzani y que diagramó el eficiente René Mugica con temor a compromisos especulativos y esmerándolos por disfrazarlos de exorcismos ideológicos, y la ingenua Paula contra la mitad más uno (1971), un divertimento de Alberto Fisherman pergeñado por algún integrante de la revista “Primera Plana” y del cual sólo se recuerda la incursión penosa del crítico de cine Carlos Burone y la intromisión de algunos actores fenomenales devenidos en caricaturas de sí mismos (Luppi, Gené).

El colmo de esas listas recordativas fue el de ignorar un título que sin lugar a dudas merece incluirse entre los diez mejores títulos del cine argentino de los ’60-‘70 y un poco más: El crack, estrenado un martes en un solo cine (el Normandie) en tiempos en que se acostumbraba a exhibirse un filme (más si era nuestros) en salas cabeceras de barrio además de la principal que lo estrenaba. Sólo dos comentaristas radiofónicos se animaron a destacar la creatividad de ese título al que bautizaron “el más importante filme argentino de los últimos diez años” (fueron Juan Ignacio Acevedo y Tito Franco).

No se equivocaban. Lástima que los memoriosos de siempre la olvidaron olímpicamente. Ni siquiera la casualidad llamada juventud puede salvarlos de tal olvido.

Porque José Martínez Suárez (nacido en 1925) estrenó su opera prima ante el escozor de muchos y los remilgos de quienes se aventuraban a inaugurar la nueva ola autóctona (una copia de la envidiada corriente creadora francesa), sumergida en un olvido a veces no reconocido por aventureros apresurados del mundillo de la crítica. El crack es aún un título cuestionador que asombra por su anticipación y su maravillosa alevosía.

Osvaldo es el personaje central, un jugador de tercera que ambiciona llegar a primera. Consigue que sus ensoñaciones se concreten, pero la trayectoria que debe correr está sembrada de una corruptela despiadada: coimas, negociados, traiciones y demás penumbras que se cocinan en medio de hinchadas cautivas por falsas contiendas y apretujadas en pancartas tramposas. Los estribillos no eran vuvucelas. El patriotismo

aparecía en la película como una inmisericorde trampa. La escenografía de un partido profesional (River versus San Lorenzo era el escenario del remate temático) era un cross a la mandíbula que Arlt no hubiera (al contrario) desdeñado.

El nacimiento, ascensión y caída del vitoreado Osvaldo no ha tenido hasta hoy competencia en el territorio del celuloide.

Es un ejemplo de varias cosas: la censura habita algunos claustros directivos, el tabú sobre vive al arte y la memoria colectiva sigue siendo una sacerdotisa del olvido.

Rememorar El crack significa reivindicar el nombre de uno de los mejores directores de la historia del cine de nuestro medio: José Martínez Suárez, dueño de una filmografía en la que destella su admirable Los muchachos de antes no usaban arsénico (corrosividad que puede buscarse con afán en algunos videos muy seleccionados) rodada en 1976; la sátira Los chantas (1975, radiografía impiadosa de la porteñidad); Dar la cara (1972, un mural ciudadano basado en la novela homónima de un gran nombre de la literatura, David Viñas) y rememorar su último filme, el policial Noches sin luces ni soles (trhiller de 1984, puede verse en el canal Volver alguna trasnoche).

Martínez Suárez nació en Villa Cañás, Santa Fe, y es hermanos de las actrices Mirtha Legrand y Silvia Legrand.

Que el cine argentino le otorgue el lugar que se merece: el de un creador honesto, dúctil y personal.


Hernando Harb

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