¿Quién le teme a la abuela Agnès?
Es una belga de 81 años. Su mirada es una ventana que al abrir sus persianas ilumina con la plácida luz que da el deber cumplido. Agnès Varda, belga de nacimiento, perteneciente a una familia griega, disfrutó de la influencia de su madre francesa, una exquisita mujer que la instruyó en su relación con el arte.
Los argentinos la admiramos en 1981 con su segundo filme (de ficción): “Cleo de
Uno de los personajes era un soldado argelino de licencia en París, cuando la dupla De Gaule-Malraux no veía con buenos ojos que el arte galo se refiriera a un conflicto colonizador que parecía no solucionarse.
Varda - en tanto su pareja (el realizador Jacques Demy) se distraía con pnerle musicalidad a Cherburgo y juguetear con el “amor pasión” y la locura del juego (“Fiebre) – se animaba a plantear el fin de la monogamia y el plácido disfrute del amor fuera de los cánones de la época en “La felicidad”. Hizo famoso el planteo conyugal que casi vocalizaba el protagonista: “Un hombre tiene una casita llena de amor que comparte con su esposa y sus hijos. Y de pronto instala otra casita vecina con otra mujer a la que ama tanto como a la primera”. Escandalizó a los pacatos de Occidente.
Y de pronto, la inteligente Agnès casi desapareció de los cines argentinos. Sólo sabíamos de ela a ravés de los integrantes del “nouveau roman” y de sus reportajes junto a Marguerite Duras o al maestroHenri Colpi (“Una larga ausencia”, filme que compartió
De ella las distribuidoras locales ignoraban sus creaciones.
Hasta que un audaz se animó a estrenar “Sin techo ni ley” (1985). Fue un fracaso. Las pantallas ardían con los Stallone y las prédicas made in USA.
Pero se desconocieron sus intentos por conmover a la opinión de los EE.UU. a través de su arte. Varda, con su dignidad y dulce atrevimiento, incursionó en el cine norteamericana al mismo tiempo que colega Jean-Luc Godard revolucionaba con su pequeña cámara en constante movimiento las cales de los barrios negros de los Estados Unidos.
A continuación una reactualización de la tarea cumplida por “la abuela Argés” en el norte de América. Seguramente la levó a cabo con una leve sonrisa giocondesca y los ojos acaramelados con destellos desafiantes.
Hernando Harb
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