CARANCHO de Pablo Trapero - HERNANDO HARB

jueves, 24 de junio de 2010 en 19:42















CARANCHO

Argentina, 2010

Género: Policial

Fecha de estreno en la Argentina: 6 de junio de 2010



Director, Productor, Co-guionista y Montajista: Pablo Trapero

Guión: Alejandro Fadel – Martín Mauregui – Santiago Mitre – Pablo Trapero

Montaje: Ezequiel Boroviwsky – Pablo Trapero

Dirección de Fotografía (en colores) y Cámara: Julián Apetezguia

Productora Ejecutiva: Martina Gusman

Director de sonido: Federico Esquerro

Dirección de producción: Agustina Llambi Campbell

Intérpretes: Ricardo Darín (Sosa) – Martina Gusman (Lujan) – Carlos Weber - José Luis Ronzano

Duración: 127’

Calificación: Sólo para mayores de 16 años


El abogado Sosa es un individuo detestable dedicado a estafar a las gentes que deben cobrar seguro de vida después de un accidente automovilístico. Añora recuperar su matrícula y liberarse de una relación de dependencia: la llamada Fundación, un estudio jurídico dedicado a vivir de las desgracias ajenas en connivencia con médicos, choferes de ambulancia, jueces y policías. Está siempre antes que los galenos en el lugar del hecho donde ve posibilidades de obtener un negocio. En síntesis: un “carancho”, esa lacra que pulula por las salas de emergencia médica y por las empresas de servicios fúnebres.

Después de recibir una paliza (resultado de sus andanzas ilegales) arriba con celeridad a aprovecharse de un herido en un accidente en una Buenos Aires nocturna más solitaria que un desierto sin un camello a la vista.

Llega casi simultáneamente que la doctora de guardia de un policlínico de San Justo, una Luján prevenida de la tarea de este tipo de habitantes camuflados en una legalidad acogida por la venalidad de instituciones varias.

El comienzo del último filme de Pablo Trapero despierta interés. Hay nervio, acción y penumbras prestadas por algún filme noir. Pero el motor de la accción vuelve a ponerse en marcha y toma un camino que se bifurca en varios senderos: el joven director (nación en 1971, precisamente en San Justo) toma la senda equivocada. Sus acompañantes del hipotético rodado que es el ojo de la cámara prefieren el paisaje más despojado y sin complicaciones. Porque los guionistas (¡tres! más Trapero) toman el volante y, ya se sabe, muchas manos pueden provocar un choque de imaginaciones.

Es una película frustrada. El marginal leguleyo carece de biografía, por ahí dice que prefiere no contar acerca de su pasado (pero al espectador sí le interesa conocer las motivaciones de su inconducta). Por lo tanto, Sosa es Sosa, un descastado sicial y pare de contar. Sus impulsos deben ser adivinados, sus postergadas ambiciones, intuidas y ni hablar de sus pretensiones. Eso sí, está muy solo. No podía ser de otro modo.

Conoce a Luján, una doctora que deambula como una zombie todo el tiempo. Parece sufrir de una abulia crónica. Dice que le gusta su profesión, pero no lo demuestra. Se sabe poco de ella. Nada más que es una provinciana que ejerce en una ciudad violenta. Y que está muy sola. Podía ser de otro modo. No se justifica tanta apatía.

Los dos parecen atraerse. Él la cita a la salida de su trabajo y ella contesta con un que puede ser ya que estamos. Se encuentran en un bar ubicado al borde de una ruta. En una toma sin cortes se los escucha hablar: se entretienen pensando en posiblers de dos, tres y cuatro coches que divisan a través del opaco vidrio. Lo que demuestra que su ética se parece a la de un simio con aguja hipodérmica presta a pinchar sin ton ni son. La escena inmediata es previsible hasta para el espectador más desprevenido: se abre la puerta del departamento de uno de ellos que se desvisten con un frenesí prometedor contra la pared. Pero los (sí, ¡cuatro!) guionistas los obligan a hacer una escena que pretender ser hot pero que resulta cold tal es el adormecimiento que presta la galena al “carancho”, que inicia una relación que algún crítico llamó “visceral” sin darse cuenta (queremos creer) que inauguraba un chiste involuntario tratándose de una película abocada a la minuciosa descripción de operaciones, sangrías, pinchazos y otros aderezos típicos de una guardia médica.

Después el motor de la creatividad disminuye. Hay tantas paradas (tiempos muertes) como accidentados bañados en hemoglobina, anestesias y profusión de algodones. No es exageración.

La cuestión es que la relación no se sabe si es romántica, circunstancial, protectora, enfermiza o pasional (aunque esto último es dudoso por la desenvoltura erótica de los protagonistas por más que el dúctil Ricardo Darín acelere el motor y desparrame espasmos culminantes sobre las espaldas de su pareja que parece en brazos de Morfeo. Hay que verla para saber cómo no se debe filmar una relación sexual animada por amantes correspondidos.

El motor del rodaje disminuye la marcha. Por más que Sosa se meta en turbiedades que los caminos sin retorno esperan al final del trágico sendero que (sí, ¡cuatro!) imaginan sin gastarse demasiado. Ni la productora ejecutiva Martina Gusman (esposa del director y somnolienta doctora Luján) intentó prevenir. Cada uno a sus tareas. No mezclar los tantos, aunque se tengan la mirada puesta en la taquilla. No hay que distraerse al volante.

El resto de los actores casi no existen. Porque no hay personajes, salvo el insinuado en el pobre Tito, chofer de ambulancia y cómplice del “caranchismo”. Es que el malo hace de malo, el doctor que imparte reprimendas de doctor que imparte reprimendas. Etcétera.

Hay un solo momento que quiebra el hastío de Luján y Sosa: es la secuencia de un cumpleaños quinceañero. No es cuestión de ilusionarse: ambos la emprenden con una conocida canción aboleradas que habla de muertos y de un más allá que traiga paz.

El motor se acelera un poco al final, cuando la pareja parece curar heridas (físicas) por obra del maquillaje y del errático montaje. Pero es tarde. Porque se olvidan que cuando se maneja hay que prestar atención y deben evitarse caricias y comentarios sufrientes al cruzar una esquina. Porque se viene lo previsible: un crash (*) que segurante habrá de explotar algún “carancho” que hace cuentas redituables en los dividendos de la taquilla.

Es una lástima. Trapero se olvidó de su esquematismo admirable de Mundo grúa (1901), del inconsciente (o no) neorrealismo de Familia rodante (2005) y hasta de la sensibilidad de su Sebastián en el sur argentino de Nacido y criado (2006). Está más cerca de su Leonera reciente. Debe buscar otros caminos, tal vez en su San Justo natal los encuentre. Y no se pierda en ambiciones de alguna muestra francesa destacable (Una Cierta Mirada), cuyo jurado debe haber supuesto que este Carancho es un muestrario de obsolescencias sanitarias argentinas, cuando no un código necesario: el de tránsito. Un articulado que sufre violaciones en los policiales norteamericanos y europeos. Hay que tomar precauciones para la próxima. Por el bien de los espectadores y del buen cine argentino. No se debe transar.

(*) No es una alusión a alguna memorable novela de ciencia ficción ni a una película no valorada.


Hernando Harb

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