CERRANDO EL CÍRCULO
Título original: Closing the Ring
Origen: Reino Unido, Canadá, Estados Unidos, 2007
Género: Drama
Hablada en inglés
Dirección: Richard Attenborough
Guión: Peter Woodward
Producción: Richard Attenborough – Jo Gilbert
Música original: Jeff Danna
Fotografía en colores: Roger Pratt
Montaje: Lesley Walker
Intérpretes: Shirley MacLaine (Ethel Ann) - Christopher Plummer (Jack) – Dylan Roberts (Wilbur) – Neve Campbell (Marie) – Pete Postlethwaite (Quinlan) – Mischa Barton (joven Ethel Ann) – Stephen Amell (Teddy Gordon) – Gregory Smith (joven Jack)
No estrenada en la Argentina
Duración original: 118’
Calificación: Apta para mayores de 13 años
El británico Richard Attenborough (nació en 1923) nunca demostró demasiadas virtudes como director. Apenas como un módico artesano dependiente de la calidad del guionista de turno y del elenco reunido en la ocasión. Si falla el primero o los segundos no cumplen lucidas actuaciones, los resultados son inevitablemente mediocres. No hay otra vuelta para explicar su carrera.
Además de actor segundón (se lo vio en una de la serie de Jurassic Park) y de productor asociado con proyectos fastuosamente caros hay que admitir en su filmografía un primer título prometedor. Fue en 1969 con “Oh! What a Lovely War” (exhibida en la Argentina como “Oh! Qué bella guerra), una sátira bélica donde trabaja John Lennon, pero de la cual nadie recuerda ni siquiera los anteojos del ex beatle, pese a los críticos apresurados en distinguir la calidad del cine inglés. Cada uno tiene el derecho de equivocarse.
Filmó varias otras mediocridades hasta que obtuvo un éxito con un coloso sobre la guerra –su tema dominante- llamado “Un puente lejano” (1977) una de ésas súper con reparto lleno de estrellas colaborando menos de diez minutos entre esquirla y tanque avanzando amenazantes. Claro, llegó oportunamente en 1982 “Gandhi” con la que consiguió dos objetivos: hacer conocido al buen actor Ben Kingsley y demostrar que ser pacifista puede confundirse con ser pacífico, una duda existencial superada hace rato. El filme ganó unos Oscar, aburrió a las plateas del mundo y contribuyó a la santificación casera del personaje central. Pobre Gandhi, da para todo.
El fracaso más rotundo de Attenborough fue en 1992, se metió con Carlitos e intentó recrear su vida en “Chaplin” con un Robert Downey cuando era un ave fénix que se convertía en cenizas por las drogas.
Años de mediocridad rotunda hasta llegar a este modestísimo “Cerrando el círculo”, una historia de amor que la guerra destruye, lo que obliga al montajista a ocuparse de tres historias paralelas: una en 1941 en un pueblo estadounidense y otra en 1991, en esa misma localidad con enlace en Belfast con el IRA en sus últimos esfuerzos por recuperar dominios. El montaje paralelo es un fracaso. No tanto repartir las historias con cartelitos indicadores y toda clase de separaciones (fundidos negros inclusive). Lo que despide un olor a naftalina que sofoca.
Tres jóvenes partes para la segunda contienda mundial, los tres (sí, los tres) son amigos y están enamorados de la misma chica, una insípida de bello cuerpo Ether Ann, quien ama al más lindo y con el que se casa simbólicamente por la cuestión de siempre: clases sociales diferentes.
Los une un anillo, que se lo lleva el amante rubio y que se irá con él cuando el avión se estrelle de paso por Irlanda.
No interesa mucho lo que viene. Un viejo piloto (el excelente actor de apellido difícil Pete Postlethwaite) se compromete a devolver el anillo a la desafortunada enamorada londinense. Buenos, parece que cavó durante décadas hasta que lo encontró un simpático muchachito perseguido por los protestantes irlandeses.
Entonces el guionista Peter Woodward (recordarlo para huir de otro filme que porte su nombre) escribe unas cháchara interminables sobre lo importante que es cumplir con las promesas, que deben cumplirse tarde o temprano, aunque las dificultades sean las guerras y…
Por ahí anda la desconsolada Ethel Ann (una siempre impecable Shirley MacLaine) con los ojos secos (no puede derramar una lágrima desde que se murió el amor de su juventud) y la lengua empapada en alcohol, reciente viuda de uno de esos tres amigos que se comprometió a cuidarla.
Hay un secreto de por medio escondido en una pared. El público lo conoce, pero no interesa comentar la importancia que tiene. Eso sí, al descubrirse la viuda vuelven a enamorarse (tienen más de sesenta pacientes años) la pareja central y todos recuperan la felicidad porque el anillo está en su sitio: el dedo de Ethel Ann.
Y colorín, colorado, Richard Attenborough filmó otra historia para el olvido. Con muchos bostezos de por medio y un material ténico desperdiciado.
Por ahí se ve un tramo del filme “Música y lágrimas” , la vida de Glenn Miller filmada por Anthony Mann en 1954. Pero ésa es otra clase película. Aún se la recuerda.
Hernando Harb
0 comentarios