LULA, EL HIJO DE BRASIL
de Fabio Barreto
Título original: Lula, o filho do Brasil
Brasil – Argentina, 2009
Género: Drama – Biografía
Hablada en portugués
Dirección: Fábio Barreto
Co-dirección: Marcelo Santiago
Guión: Fernando Bonassi – Denise Paraná
Producción: Paula Barreto – Eduardo Costantini – Rômulo Mainho
Música original: Antonio Pinto
Fotografía en colores y b/n: Gustavo Hadba
Montaje: Leticia Giffoni
Compañía Costa Films
Intérpretes: Rui Ricardo Diaz (Lula) – Glória Pires (Doña Lindu) – Juliana Baroni (Marisa Leticia) – Cleó Pires (Lurdes) – Lucélia Santos (Profesora) –Milhem Cortez (Aristides)
Duración original: 130’
Estreno en la Argentina: 23 de setiembre de 2010
Calificación en la Argentina: Apta mayores de 13 años
Calificación en Brasil: Apta mayores de 15 años
No es una documental acerca del excelente presidente brasileño Lula Da Silva. Es una biografía “novelada” que defrauda por varios motivos.
El mandatario de Brasil merecía un homenaje digno, no una suerte de telenovela con matices demagógicos que limitan su trayectoria política a unos esbozos ofrecidos en los quince minutos finales carentes de energía y con remanidas escenas (muy) suavizadas. Un hombre de su fuste, nacido en medio de la miseria, su ascendente carrera sindicalista y sus esfuerzos por dirigir al pueblo de su país merecían los 130 minutos de duración esta coproducción un guión más acertado y lejano a los límites exigidos por el encuadre de un dramático relato de penurias personales que alimentan las telenovelas de estos lares.
Es más, el resultado da la sensación de que las pretensiones diagramadas por los confundidos guionistas se acercan a rendirle un sentido homenaje a la señora Lindu (excelente trabajo de Glória Pires), quien no sólo aparece como una musa inspiradora de los afanes de su hijo predilecto sino la protagonista del drama que hasta brinda dispersas clases de ideología elemental. Es probable que Lula se haya conmovido con la visión materna ofrecida por los descuidados responsables del guión, pero seguramente no se habrá encontrado conforme con el real objetivo de este filme (muy) largo dedicado a “uno de sus grandes hijos que tiene Brasil en su historia política”.
Se detallan los pesares de la pobreza vividos por el sindicalista, su primer matrimonio con Lurdes (que fallece con su hijo en el parto debido, se insinúa, a una mala praxis), su segundo casamiento con Marisa Leticia (una bellísima Juliana Baroni), su actual consorte, viuda como él y madre de un hijo (lo que recalca que es una mágica recomposición que el azar de la vida ofrece en ciertas ocasiones), la muerte de su inspiradora madre y unas secuencias que intentan transmitir el mensaje de Lula al pueblo postergado y sufrido por años de malos gobiernos.
Ha una secuencia conmovedora (vaya a saberse debido a la imaginación de cuál de los guionistas) cuya mesura puede repartirse entre los dos directores del filme (seamos magnánimos): es aquella en que Lula-niño regresa a su casa luego de su primer trabajo manchándose (premeditada y orgullosamente) con petróleo su overol para arrancarle una hermosa sonrisa a su madre. Quizás éste debió ser el acento predominante en el resto del entramado. Es lástima que no fue así. Se prefirieron largos arrumacos amorosos y promesas matrimoniales indicadas para tomas de videos de TV.
Es remarcable el (único, en la película) gran discurso del político en el marco imponente de un estadio, sin micrófono obligando a los de las primeras filas a repetir enfáticamente sus palabras para transmitirlas a los de los de los sectores más alejados o ubicados en la tribuna. Una suerte de sermón de la montaña, cuyo espíritu pudo prevalecer en el contexto del relato que oscila entre la cursilería, una pizca de demagogia local y frustrada cita de las quince horas después del almuerzo ante el aparato bendecido por amas de casa.
Objeción más seria: la elección del morocho grandote Rui Ricardo Diaz representando al mandatario. Ya no se trataría de un error de casting, parecería una premeditada y alevosa manera de elogiar falsamente a quien merece otro tipo de felicitaciones alejadas de la vanidad, esa eterna pendenciera que reina en esta contradictoria humanidad.
Hernando Harb
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