LA CINTA BLANCA de Michael Haneke -HERNANDO HARB
sábado, 1 de mayo de 2010
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6:37
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arnaldohugocorazza@gmail. com
“La cinta blanca” (Das Weiße Band)
Reparto: Ulrich Tukur, Susanne Lothar, Burghart Klaussner, Christian Friedel, Ernst Jacobi
Director: Michael Haneke
Productor: Stefan Arndt, Veit Heiduschka, Mike Katz, Margaret Menegoz
Duración: 144 minutos
Estreno: jueves 22 de abril de 2010 (en la Argentina)
Género: Drama
País: Austria, Alemania, Francia
Calificación: Mayores de 13 años
Una pequeña aldea al norte de Alemania con un sol que lastima provocadoramente y unas noches plenas de temor interrumpido por el fuego que incendia un granero o por algunos niños castigados con ferocidad en medio del bosque amenazante. Es el preludio al estallido de la Primera Guerra Mundial, pero también los sutiles orígenes del caos mundial que estallaría en el nazismo (como pudo –y puede- hacer eclosión en otro movimiento sangriento de otro signo).
El barbado de mirada inquisidora Michael Heineke (66 años) es uno de los realizadores más inquietantes de la actualidad. Alemán, radicado en Francia, su padre fue un director de regular fortuna y su madre, una actriz austríaca de irregular destino en su profesión. El director de “La pianista” (“conocida en la Argentina como “La profesora de piano”) y “Funny Games” (en sus dos versiones: 1997 y su propia remake de 2008) son un muestrario de sus obsesiones: la maldad humana con su carga de venganza, represiones y represiones sublimadas en la religión, en la música o en lo lúdico de las pasiones. En todos sus títulos predomina la revancha de un (unos) personaje(s) contra su(s) padre(s) culposos pero protegidos por un lenguaje en el que el monosílabo “no” y las formas de negación son su caparazón social ante ese infierno creado por “los otros”, el entorno cómplice.
En “La cinta blanca” se suceden una serie de hechos delictivos más o menos vinculados, cuyos uno o varios autores se mantiene(n) en el anonimato (intencionadamente provocado por el autor del guión). Dos niños salvamente lastimados en la espesura del bosque, una trabajadora de la hacienda de un barón muere al pisar la débil madera de un altillo, una niña tiene sugestivas premoniciones, un campesino que ha perdido su trabajo se suicida luego de una noche fantasmal en la que se ha incendiado parte de la granja del explotador dueño. Ni siquiera se intuyen los culpables. Las sospechas se evaporan. Y Heineke filma las secuencias desarrolladas en el interior de las casas evadiendo detalles y sin mostrar explícitamente las violencias que se guarecen detrás de las puertas y en las habitaciones superiores. Tan sólo se insinúan en los secos golpes de una vara sobre un cuerpo infantil o en los titubeantes pasos de un niño que indaga acerca de Dios y la muerte.
Una religión absorbente (un hijo del pastor duerme con las manos atadas para evitar contactos pecaminosos), actitudes filicidas (las niñas besando la mano de su padre, el doctor avergonzado de su hijo autista), las sórdidas peleas de pareja (hay una escena insoportable donde el galeno abusa verbalmente de su amante, una partera que esconde lo suyo), el maltrato entre los adolescentes (el cuadro sorprendente en el que un adolescente intenta ahogar a un pequeño porque le molesta que toque una flauta) o las vengativas actitudes de los jóvenes (la muchacha que mata al pájaro predilecto de su autoritario progenitor) son algunas de las motivaciones que recrean la atmósfera asfixiante de esa región premonitora de violencias futuras.
Haneke filma su primer filme en Alemania, lejos de su querida Francia, con una declarada intención proclamada antes de ganar el Palmar de Cannes de 2009: “Quiero indagar cuáles fueron los orígenes del nazismo”. Y los consigue con creces.
Si hay algún reparo que hacerles al filme (cuyo título alude a la cinta de la pureza con que los mayores premian a los niños atándola en sus brazos) es el relator en off a cargo de la voz susurrante (entre tímida y cobarde) del maestro rural. Los comentarios debieron estar hechos en tercera persona, puesto que el hombre desconoce los terribles pormenores que laten en el interior de las casas. Es más que un detalle. Sobre todo cuando el maestro no es un inocente acerca de lo que sucede en esa aldea que se halla al borde de un horror colectivo que se cocina en el inconsciente colectivo de un mundo que no quiere prever una de las más sucias contiendas mundiales del siglo pasado. Y no quiere porque la propia negación de su mala conducta es un reflejo sombrío de esa otra que las potencias autoritarias esconden en blanco y negro, dispuestas a cometer hasta un infanticidio colectivo con el uso de gases letales, tan letales como el desamor, la intolerancia y la ambición en todos sus niveles.
Hernando Harb
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