Las comparaciones suelen mortificar, pero a veces son inevitables. A continuación dos filmes –en la línea político-deportiva– impulsan a indagar acerca de su intencionalidad y su posible (in)sinceridad.
Título original: “Invictus”
Título en
Fecha: 2009
Estreno en
Director: Clint Eastwood
Libro: John Carlin
Guión: Anthony Peckham
Género: Biográfico.
Reparto: Morgan Freeman (Nelson Mandela) – Matt Damon (FranÇois Peinaar) – Tony Kgoroge (Jason Tshabalala) – Adjoa Andoh (Brenda Mazibuko) .
Calificación: Apto para todo público
Para el correcto artesano que es Clint Eastwood la historia de
Que lo diga “Invictus”, un film (casi) suyo en el que despliega todas las tonalidades del estadounidense que aún cree en el sueño americano. Para ratificarlo recurre al ascenso gubernamental del ex prisionero Nelson Mandela en
Porque “Invictus”es un correcto filme cuyo desarrollo parece detenido en el tiempo y se ha olvidado de los ritmos de la historia. Para el receptor/espectador el triunfo de Mandela es un surco logrado para ser imborrable en lo futuro y en cuya tierra ha sido marcado las transformaciones sólo pueden significar una continuación progresiva (sin vaivenes) de lo fundado por el agricultor (Mandela) y sus adláteres (desde el deportista Peinaar hasta su secretaria pasando por sus guardaespaldas –de blancos y negros- y finalizando por el niño (negro) más pobre del reinado del apartheid. De más está decir que la “unidad nacional” ha sido concretada por
Morgan Freeman es un Mandela sin matices, perdonador mesiánico y paultino descubridor de que el rugby es más poderoso para cambiar conciencias y alterar el rumbo de la justicia que mil leyes sancionadas para una nación aspirante al recambio. No es toda culpa de Freeman que su trabajo carezca de matices (es uno de los productores de la película), como tampoco que el ascendente Damon represente con parsimonia al líder de un equipo deportivo que traduce –en una sola conversación- los propósitos políticos de un mesiánico ex torturado primer mandatario del cual se elude toda referencia a sus problemas personales (imposiciones de un guionista al servicio de una major).
En suma: el discreto y elegante “Invictus” es el elogio al triunfo individual, al éxito del personalismo en el deporte y a “las grandes maniob ras” para lograr la consolidación de un país complicado y en crisis. Para muestra basta el final: la señora (blanca) aplaude junto con su doméstica (negra) el triunfo sudafricano en un mismo palco, aplauden sí, pero no se besan: el guardaespaldas (blanco) y su colega (negro) gritan el gol de la victoria (pero ahogan un abrazo): el niño (negro) insultado por los policías (blancos) por mortificar al querer escuchar la transmisión del partido termina besándose con sus opresores.
No hace ninguna mención ni verbal (en off) ni escrita acerca de los gobiernos posteriores al de Mandela. El nombre de Jacob Zuma será desconocido por los espectadores entretenidos con el evento deportivo. Con mayor razón no existe ni una referencia al aterrador líder del apartheid Eugene Terreblanche, un derechista que en marzo de 2010 murió a los 69 años de edad apaleado –literalmente- por dos empleados –negros- que reclamaban por sus salarios. Son los vaivenes políticos que no hubiera eludido un Kubrick, por nombrar a un grande del cine de los EE.UU.
En fin: el personalismo ha logrado el triunfo sobre cuerpos y almas. Eastwood terminó su tarea en pos de premios, hasta su próxima entrega. El misógino Harry, el Sucio parece no haber quedado muy atrás. O al menos después de cumplir los 70 decidió vestirse con otro disfraz.
HERNANDO HARB
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