RESIDENT EVIL: RESURRECCIÓN de Paul W.S. Andewrson - Hernando Harb

domingo, 17 de octubre de 2010 en 17:53





















RESIDENT EVIL: RESURRECCIÓN

de Paul W.S. Andewrson


Título original: “Resident Evil: Afterlife”

Título optativo para versión en castellano: “Resident Evil: Ultratumba”

Origen: Estados Unidos, 2010

Género: Ciencia Ficción/Acción

Hablada en inglés y japonés

Director, guionista y productor principal: Paul W.S.Anderson

Música: Tomandandy (sic)

Intérpretes: Milla Jovovich (Alice) – Ali Larter (Claire Redfield) – Went Worth (Chris Redfield) – Kim Coates (Benett) –Boris Kodjoe (Luther) – Sergio Peris-Mencheta (Ángel)

Montaje: Niven Howie

Fotografía en colores: Glen Mac Pherson

Vestuario: Denise Cronenberg & Azalia Snarl

Director de ingeniería en 3D: Robert Brunelle

Coordinador de dobles: Rick Fossayeth

Fabricante de utilería: Enrico Altamann

Duración: 97’

Fecha de estreno en la Argentina: 14 de octubre de 2010-10-17 Calificación: Sólo para mayores de 13 años


Es la cuarta parte de la saga. Y si usted (no es su fan) tiene paciencia antes de terminar la lista final de responsables de este filme basado en un videogame se enterará de que viene una quinta parte, donde la enemiga de turno es una rubia que trama la Operación Jennie, ya sabe cómo proceder en el futuro.

Se trata de un compendio de ruidos, saltos acrobáticos y monstruosidades irrisorias (serpientes escupidos como tallarines móviles, cancerberos que se parten en dos mostrando una maquinaria interior confeccionada para atacar, descabezamientos ilustrados en tridimensional y apuñalamientos inevitables para lucir al director encargado del rubro 3D, un tal Robert Brunette, tipo que se gana la vida pero que de cine no sabe nada.

La historieta guionada por el productor, director y marido de la ex modelo y ex consorte de Luc Besson, la inquieta Milla Jovovich, es un disparate cuyo resumen confirma el desinterés que manifiesta la industria del cine en el espectador actual: hay un prólogo en Japón, llueve a mares, los paraguas (tome nota) abundan en las calles céntricas niponas, y en el medio de la multitud una flaca de ojos rasgados se empapa y concentra su mirada en un señor al que se le tira encima con mucha sed para succionarle la yugular. Comienzan los títulos. Y algunos adolescentes disfrutan de algunas “proezas” que les permite el sistema 3D. Se ha expandido un virus por el planeta. Los Ángeles, vaya como ejemplo, se convierte en un montón de edificios que parecen chimeneas. Las calles están pobladas de zombies, sí, muertos vivientes que observados desde el piso 27 de una ex prisión para hombres parecen millones (no es exageración) de termitas. Bueno, una masa negrísima en busca de alimento.

Alice, la heroína, luego de destruir un laboratorio bajo tierra en el que se creaba el virus letal huye en un avión (de dos asientos) en busca de un lugar llamado Arcadia, isla que -se supone- protege a los que se han librado del contagio. Alice huye, pero el jefe del laboratorio también (ella lo sabrá veinte minutos antes del final) y va hacia Alaska. Error: como cuando Colón buscaba las Indias en América, ella cree que Alaska es Arcadia. Allí se hace amiga (previa paliza mutua) de Claire, una rubia con la que intercambia tiernas miradas y que ha perdido la memoria debido a los “malos” de la Corporación Umbrella (¿tomó en cuenta las tomas sutilísimas con paraguas del principio?) deciden ir en busca de la isla salvadora.

Previo aterrizaje en los techos de una cárcel vacía -desde donde las llaman unos sobrevivientes acosados por los vampiros humanos a plena luz del día y conocen a un grupo de sobrevivientes- se enteran de que Arcadia es un barco…

No vale la pena contar más. Hay una supuesta autobroma de W.S. Anderson: uno de los “sanos” es un productor cobarde de bigotes y cetrino que parece un musulmán de traje occidental, deseoso de mandar al más allá a todos con tal de no ser pasto de las hormigas. Como distracción para los chicos grandecitos hay una pelea de un grandote vestido de monje con Alice y su amiga que da lugar a algunos “trucos digitales” festejados con grititos apochoclados. No es suficiente para soportar una pésima película hecha por gente grande. Un despilfarro total.

Entonces, como uno en algo debe dejar pasar el tiempo se pone a observar los movimientos y miradas de Alice, y termina por recordar al ensayista Richard Dyer, quien se regocijaría analizando los mensajes subliminales del personaje con ojos de un color que cambia según el deseo del espectador.

Es que Alice más que andrógina parece una lesbiana de cabo a rabo. Pero del prototipo creado por homófobos: o sea una lesbiana que se niega a integrarse al mundo, que aborrece al sexo masculino y que sólo confraterniza con mujeres. Las pruebas abundan. No hay ni un romance. Los hombres -que no han visto a una mujer desde hace tiempo- saludan con un apretón de manos y miran a la Jovovich no con los ojos del amante victimizado del filme “.45” (Calibre 45, del 2006, dirigida por su ex marido, el prolífico Besson) sino como si le dieran la bienvenida a un compañero de pelotón. Hay un militar enjaulado, Chris, de quien dudan de su lealtad y al ser liberado el buenmozote resulta ser inocente hermano de la amnésica Claire (tabú de por medio el amor es imposible para el argumentista). Y para colmo cuando reaparece el supuestamente muerto jefe de Umbrella, éste le confiesa a Alice que se va a morir salvo que la ingiera (sic) y logre vida eterna merced al ADN maravilloso que porta nuestra flaquísima heroína. Más claro… échele agua libre de dengue.

En un supuesto reportaje a la Jovovich ella declara que le gustan las mujeres fuertes como Alice, nombra a alguna que compuso la Jolie, pero se olvida de otras que no renunciaron a su condición de mujeres y más valientes que su flacucha de utilería: está Barbarella, o la Ripley de Sigourney Weaver (“Allien. El regreso” de James Cameron, 1986).

En fin, el talentoso escritor Dyer hubiera reclamado un boicot a esta Alice de parte de las asociaciones de lesbianas, ya que Milla compone a una que subliminalmente rechaza la integración y prefiere “guerrear” con el sexo masculino. Torpe ejemplo de “transgresión política” que bien podría explicar el motivo de atracción de este personaje y olvidar que la Jovovich (“Zoolander”, 2006, de Ben Stiller); “Quinto elemento”, 1997, y “Juana de Arco”, 1999, ambas de su primer esposo, el múltiple Luc Besson) pudo haber detectado esa camuflada postura de su desdichado personaje.

En resumen: una película que no la salva ni el 3D, ni los ojos de Milla, y que sólo permite admirar la labor del stunt Nick Alachiotis, señor muy esforzado y me temo que carecedor de los encantos (muy ocultos esta vez) de la esposa del sustituble Anderson, capaz de hacer una saga para abandonar en el desván de una inhóspita casona que carezca de luz eléctrica (no sea que haya un aparato de DVD y a un desafortunado se le ocurra poner la virósica grabación para ver de qué (no) trata.


Hernando Harb

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