EL (IN)OLVIDABLE HARRY LANGDON - Hernando Harb

martes, 19 de octubre de 2010 en 7:20



















EL (IN)OLVIDABLE HARRY LANGDON


Harry Langdon. Las nuevas generaciones no lo conocen. Algún cinéfilo lo idolatra. Ciertos (pocos) críticos lo resucitan en sus críticas. Es una de las más denigrantes injusticias que existen en el industrializado mundo del cine. Es, también, un genio olvidado en las pantallas de los cineclubes, los pocos que aún se mantienen en actividad. No sólo en el esquelético panorama argentino, también en las salas de arte del mundo. Son contadas las ediciones de libros dedicados a su carrera, que incluyó más de 96 filmes y una actividad de guionista admirable. Su imagen fue endiosada en los comienzos del cine. Sobrevivió a todos los obstáculos. Y hoy, en la cinemateca francesa, se exhibe “El hombre cañón” (Frank Capra, 1926) en un silencio respetuoso interrumpido por risas que transmiten melancolías, mensajes de amor y profecías de un mundo (de un cine) mejor, más honesto, menos falsario, más cercano al arte. Nació el 15 de junio de 1884, en Council Bluffs, Iowa. Falleció el 22 de diciembre de 1944, en California. Este memorable cómico estadounidense filmó cerca de 95 películas. Nuestro recuerdo más amoroso para su obra.

Reproducimos una breve nota escrita en el número 43 de la publicación española La Gaceta”, un órgano que editaba un cine club inmortalizado por sus socios: Luis Buñuel, Salvador Dalí, Ramón Gómez de la Serna, Guillermo de Torre, Rafael Alberti, Rosa Chacel y otros grandes nombres de la intelectualidad.

El artículo lleva la firma de Vicente Huidobro y data de 1928. Es un ejemplo de fineza, prosa poética y recordatorio digno de un grande del cine.)

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HARRY LANGDON

por Vicente Huidobro

El film se frunce, se impacienta, y la pantalla se disloca de risa. Harry Langdon atraviesa la tela con una ampolla de vida, ampolla de lágrimas peligrosas, y parece decir al mundo:

-Heme aquí: soy el nuevo gran cómico del cinema…

Había dos: era necesario un tercero para la formación del triunvirato. Evidentemente.

Ahora el telescopio descubre a Harry Langdon (cuando el “nova pictoris” se rompe en cuatro) en la célebre constelación donde Chaplin y Buster Keaton reinaban desde hace siglos.

Es divertido como un niño. Natural en el gesto cómico como Douglas en el atlético. Sin complicación, su risa llega a alcanzar la frescura bíblica. Es joven como Adán y tan fotogénico como Eva. Es el circo entre el Tigris y el Éufrates.

Ha perdido el paraíso y lo busca por las calles de Bueva York o en su bolsillo.

Juglar: con la vida y con la muerte, con la alegría y con el dolor, con la riqueza y la miseria como con platos, y se pasea por el peligro como por un campo de flores.

Puede mataros con una patata frita, pero resucitáis con miradas llenas de radium

Nada tiene importancia ni nada es trascendental. Todo muere al terminar un suspiro, todo recomienza en el pliegue de un beso y sabe saludar al público cruzando los pies para presentar en su mano derecha el ramillete de su sonrisa.

Mi ahijado, Harry Langdon, trabaja para las fieras, sin miedo porque es inocente. Inocente hasta matar las fieras, hasta no sentir ni frío ni calor, ni hambre ni sed; inocente hasta a hacer oír a los sordos, hasta enamorar a la cieguita y puede ser que algún día hasta resucitar a los muertos.


HERNANDO HARB

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