LOS AMOS DE BROOKLYN de Antoine Fuqua -HERNANDO HARB

domingo, 22 de agosto de 2010 en 16:51















LOS AMOS DE BROOKLYN

de Antoine Fuqua


Título original: “Brooklyn’s Finest”

Estados Unidos, 2009

Género: Drama policial

Dirección: Antoine Fuqua

Guión original: Michael C. Martin

Productora: Millennium Films

Productores asociados: Antoine Fuqua – Jesse Kennedy – Boaz Davidson – Robert Greenhit

Distribuida por Wide Pictures

Diseño de Producción: Therese De Prez

Fotografía en colores: Patrick Murguia

Montaje: Barbara Tulliver

Música: Marcelo Zarvos

Intérpretes: Richard Gere (Eddie Dugan) - Don Cheadle (Clarence “Tango” Butler) - Ethan Hawke (Sal Procida) - Wesley Snipes (Caz) - Ellen Barkin (Agente Smith) - Will Patton (Bill Hobarts) - Vincent D’Onofrio (Carlo) - Lilli Taylor (Angela) - Brian F. O´Byrne (Rony Rosario)

Fecha de estreno en la Argentina: 5 de agosto de 2010

Duración: 132’

Duración original: 140’ (mantenida en el DVD editado en la Argentina)

Calificación: Sólo para mayores de 16 años


El clásico puente de Brooklyn, casi de noche, casi solitario. Un recorrido desde un cielo nublado por los edificios idénticos de los suburbios de barriadas que recorre algún coche celular con sospechoso letargo. Ventanas sin luz. El olor del falso silencio. Todo ( y más) trasmitido por el admirable fotógrafo Patrick Murguia para iniciar una de las historias más despiadadas que el cine haya filmado sobre la institución policial de los Estados Unidos.

En off se escuchan voces masculinas susurrando: un ladrón que relata cómo obtuvo un dinero de la venta de drogas; el otro, un policía de civil buscando información. Están en un coche viejo protegidos por la oscuridad. De pronto un seco disparo termina con la vida del primero. El segundo huye. Nadie ha escuchado nada, salvo el espectador que inicia las vivencias de tres vigilantes del orden, cuyas vidas convergen en un final sangriento e impiadoso donde la inocencia está ausente y la culpabilidad se disfraza con la facilidad de habitar un territorio poblado por marginales sin futuro y con licencia para delinquir.

El guión del primerizo Michael C. Martin -toda una promesa-

Nos presenta a un policía a una semana de jubilarse, el neurótico Eddie, un solitario que ama a una prostituta; a un oficial de estupefacientes, padre de siete hijos, dispuesto a a matar a mansalva en cada allanamiento con tal de apoderarse del dinero necesario para adquirir una vivienda decente; un policía de civil que custodia el barrio manteniendo una agradecida amistad con el mandamás.

Los tres circulan en una trama des-estructurada por el director Antoine Fuqua, pero no al estilo francés con el montaje que combina pasado y presente. Él optó por un desorden premeditado valiéndose de un certero montaje paralelo que no sólo explica emocionalmente la historia. El sistema le permite diagramar un crescendo útil para comparar tres conductas de hombres que de y para una institución inválida (en el amplio sentido del término).

La perturbadora personalidad de Eddie (quien espera su retiro) es el resultado de un trabajo que lo convirtió en una placa más (cuando se despide de sus superiores la placa es tirada a una caja de cartón repleta de muchas similares) y en un ser que juega a una suerte de ruleta rusa cada mañana luego de tomar su vaso de alcohol barato). El drama del conflictuado católico Sal –un admirable Ethan Hawke- es el de un desprotegido por “la fuerza” a la que le dedica su vida sin permitirle brindarle a su familia una vivienda decente; de ahí que recurre a un modo de ahorrar: mata a ladrones y se apodera de los botines (“Total ese dinero jamás va a parar a un centro de rehabilitación”, razona). El negro “Tango” convive en las calles con la gente de su raza, disimulando raterías, venta de drogas, infames bares donde trabajan mujeres en situación de (literal) esclavitud.

Hay secuencias implacables: una de las máximas “ejecutivas” de la policía es la agente Smith, quien desde un comedero de cuarta categoría distribuye prebendas y ordena premiar a los uniformados a cambio de delaciones.

La nueva generación de policías se descoloca ante un panorama desesperanzado: un debutante debe reprimir a un landronzuelo por robar caramelos en el preciso momento en que sus colegas, muy cerca, matan sin piedad con fines de lucro. Tampoco los “nuevos” pueden defender a una mujer golpeada brutalmente en la calle por su pareja debido a que esa calle no está incluida dentro del área de su vigilancia… Y así desfilan los encargados de una misión al servicio de la comunidad, entre los que figura hasta un “marine” dispuesto a limpiar de corrupción su nación.

No hay ningún personaje –ni siquiera secundario- que discurra la moraleja repetida de este tipo de filmes. El the end desmoralizador, eso sí, nos ha ahorrado la glorificación de la violencia -tan cara a Tarantino y sucesores- pero no escatimó disparos secos, golpes de impacto nada gratuitos, ni un lenguaje que tememos que en la versión estrenada haya sido borrado para no lastimar a determinadas conciencias.

Vale la pena seguir las cavilaciones de estos “amos” de un Brooklyn en los que, de más está decir, no faltan las referencias racistas a latinos, actitudes misóginas extremas y un inquietante planteamiento que queda flotando en el interior del voyeur -espectador: ¿qué diferencia existe entre lo correcto y lo justo?

Un personaje secundario escupe estas palabras: “Es cuestión de elegir entre la Justicia y la Corrección”. Aterra el dilema tan confusamente planteado como lo sufre el uniformado que quiere mantener ese vapuleado “espíritu

corporativo”.


HERNANDO HARB

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