LOCO CORAZON o CORAZON REBELDE de Crazy Heart - HERNANDO HARB

lunes, 10 de mayo de 2010 en 14:14
















LOCO CORAZÓN o CORAZÓN REBELDE

Título original: Crazy Heart

Estados Unidos, 2009

Director y guionista: Scott Cooper

Libro original: novela de Thomas Cobb

Géner: Comedia dramáticaIntérpretes: Jeff Bridges (Bad Blake) – Maggie Gyllenhaal (Jean) – Colin Farrel (Tommy) – Robert Dubai Wayne)

Estreno en la Argentina: 11 de marzo de 2010


Del letrista, cantante y guitarrista Bad Blake nunca conoceremos su verdadero nombre. Es un artista de música country de 57 años de edad que superó cuatro divorcios, además (se intuye) de varias aventuras amorosas y abandonó a los cuatro años a su único hijo, un varón de 28 años que no quiere atenderlo ni por teléfono. Bad es admirado por una vieja generación que lo recuerda como un ídolo del folklore sureño y ha sido reemplazado por un exitoso alumno, Tommy, quien no olvida a su mentor y lo invita a compartir los aplausos de recitales revividos en pueblos a los que Bad acude en su vieja camioneta tratando de disimular su orgullo herido y la frustración que enciende un pasado con triunfos no enterrados por la memoria.

Ni más ni menos, es una historia localista hasta los tuétanos, que el guionista y director Scott Cooper desarrolla en su opera prima basada en una novela previsible de Thomas Cobb. Loco corazón no pretende ser otra cosa que una película dirigida al universo country con las referencias inevitables a Nashville y a otros festivales típicos del país del Norte. El debutante director lo consigue y si supera sus pretensiones es por la descollante labor de Jeff Bridges (cuatro veces nominado al Oscar, la quinta ganador de la estatuilla a la que sumó un Globo de Oro de los entendidos críticos neoyorquinos).

Bad Blake vive en la piel de Bridges (hijo de Lloyd -ese héroe de mirada de mermelada de naranja-y hermano de Beau). Su paso cansino traduce al dipsómano fracasado que disuelve en el humo del tabaco sus olvidos, las letanías etílicas de una conciencia abrumadora y que carece de las motivaciones para volver a ser un creador nativo. La nocturnidad de sus anteojos no lo protegen de ningún sol, tan sólo disfrazan la culposa monotonía de su transitar por valles desiertos, pinares que apenas lo cobijan y un celular que le recuerda que aún puede continuar viviendo.

Los ojos de Blake-Bridges son dos celosías que a veces se abren y desprenden una luz esperanzadora, otras apenas se distingue el incendio que quema su morada interior. Su voz se parece al letargo interrumpido por accesos de tos vergonzosos. Cuando canta en penumbrosos recintos es un fantasma convocante de aplausos y entonaciones del público que lo re-suscitan a su pesar.

Es tan colosal la labor del actor (superior a su trabajo en Texasville, esa segunda parte de La última película, obra maestra de Peter Bogdanovich) que de inmediato realza la sencilla propuesta del filme y la eleva de categoría.

Es más, sin Bridges Crazy Heart sería un discreto entretenimiento de final reivindicatorio, ligeramente romántico ycon hallazgos técnicos.

Eso sí, la fotografía de Barry Markowitz es de lo mejor que se ha destacado en estos tiempos de fotogramas y luminosidades tan elogiadas.

Párrafo aparte para el montaje de John Axelrad, ingeniosamente adaptado al ritmo cansino de los rasguidos de un folk intimista y cuyos cortes parecen corresponder al pentagrama campestre que compusieron T-Bone Burnett y Stephen Button para un filme inesperado, intencionadamente monocorde y donde la desesperación es un río tranquilo que recorre las venas de un protagonista crispado al que el abatimiento no invadirá.

Los productores de Loco corazón son varios, tantos que ya parece ser una exigencia de estos tiempos en las producciones no independientes de USA: figuran desde el músico Burnett, el mismo Bridges y hasta el actor Duvall.

Lo que sí es una innovación es que Jeff Bridges y su colega Farrel canten las canciones guareciéndose con travellings astutos o collages dispuestos a distraer de algún error (in)evitable en dos cantantes más o menos novatos en la realidad que contaron con la colaboración de un coach infrecuente como es Roger Love. Hay que subrayar que el oscarizado Bridges es un guitarrista consumado en la vida real. Y se nota.

Para objetar: el final. Luego de más de sesenta minutos de duración resulta no conveniente haberle dedicado menos de diez minutos a la recuperación física del personaje central (una manía hollywoodense que nos remite al Ray Milland de Días sin huella o a la Lillian Roth de la autobiograpic Lloraré mañana. Pero es una concesión leve.


Hernando Harb

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