IN TRANZIT de Tom Roberts - Hernando Harb

miércoles, 17 de noviembre de 2010 en 18:12














IN TRANZIT

de Tom Roberts


Título original: In Tranzit

(Traducción al castellano: “En tránsito”)

Origen: Rusia – Reino Unido, 2006

Hablada en inglés

Género: Drama

Dirección: Tom Roberts

Guionistas originales: Natalia Portnova – Simon van der Borgh

Producción: Jimmy de Brabant –Michael Dounaev

Intérpretes: Daniel Brül (Klaus) – Vera Farmiga (Natalia) – Thomas Kretschmann (Max) – John Malcovich (Pavlov)

Música: Dan Jones

Fotografía en colores y blanco/negro: Sergei Astaknov

Montaje: Paul Carlin

No estrenada en la Argentina

Duración: 113’

Calificación del DVD: Apta mayores de 16 años


No se puede decir que es una película de género bélico, aunque transcurre en su totalidad en un campo de concentración femenino ruso, donde las prisioneras alemanas retornan a su país porque la guerra ha terminado y el lugar se convierte en alojamiento para unos ex soldados alemanes con el propósito de indagar cuántos criminales de guerra escondidos.

Lo dirigen unas rusas comandadas con dureza (algunas) y ejercitando una ternura femenina (las más) pues, ya se sabe, tanto tiempo sin relaciones con el sexo opuesto adormecen rencores y rencillas aunque éstas fueron ejercitadas por hitleristas. El mensaje de este filme estupendamente fotografiado por Sergei Astakanov (con agregados de documentales en blanco y negro) es evidente: el amor no sabe de nacionalidades y venga toda diferencia. Bueno, si no lo convence los guionistas intentan trasmitirlo terca e inconvincentemente.

Si en algo falla esta extensa coproducción es la falta de definiciones. No supo manejar los caracteres opuestos ni el debate que el asunto proveía.

Ha un escena rescatable en su contenido: la cocinera (rusa) se enamora de un violinista (alemán). Lo ve llorando con la mirada perdida en una fotografía de sus parientes muertos por la guerra. Ella, emocionada, saca del delantal otra foto con los familiares suyos que tuvieron igual fin. La secuencia trasmite emoción y calidez, lo que le falta al resto (demasiado) de esta película que tiene como personaje central a una doctora dividida entre el amor a su esposo (el único hombre que habita una casilla debido a que padece una enfermedad mental) y a un prisionero al que desea. Lo que convierte a la historia en un dramita romántico con lagrimones de mujer de rostro sensible y un hombre que añora el contacto femenino. Puede ser que un sector del público se sienta atraído por el conflicto sentimental y olvide el trasfondo del drama garabateado por el par de guionistas. Cada uno esconde su fibra romántica. Tratándose de cine puede ser inadmisible, máxime cuando el producto no es eficaz.

La indecisión de director y argumentistas es notoria en toda una secuencia: los prisiones son obligados a desnudarse ante las miradas femeninas severas. Los conduce en medio de la nieve hasta una casucha. Uno está convencido de que los van a “gasear”. Lo que produce el dramatismo imaginable, interrumpido por una obesa guardiana que abre una manguera; los van a bañar para ir a un baile previo a la despedida… (en la cual el comandante Pavlev –un siempre John Malcovich- va a descubrir al criminal nazi. El contraste es chocante. El personal del campo de concentración se ríe a carcajadas mientras distribuye jabones para la higiene de quienes disfrutarán de un amorío nocturo “transitorio” antes del regreso a casa.

Lo tragicómico se impone. Mucho más que en las escenas protagonizadas por el enfermo esquizoide marido de la doctora, quien va y viene sin saber componer su papel.

El filme de Tom Roberts, un artesano que filma lo que consigne el contrato de turno, es tan fallido por la abundancia de buenas intenciones. El despilfarro argumental es tan grande que la historia es tan gélida como la nieve que cae sin descanso en este melodrama esforzadamente bienintencionado.

Hay que destacar dos escenas impactantes, semejantes a islotes de tierra rocosa entre tanta superficie blanca y resbaladiza: el suicidio de la cocinera y la confesión del ex universitario que conserva su nazismo bien escondido hasta que es descubierto ante la inercia de su ex profesor en la materia.

Nada por allí, nada por acá, en el medio la majestuosidad de Malcovich y su altiva mirada de águila que sobrevuela un campo repleto de bandadas de pájaros tan menores que son incapaces de mejorar este olvidable producto.


Hernando Harb

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