LOS PERROS DORMIDOS NO MIENTEN de Bobcat Goldthvait - Hernando Harb

viernes, 1 de octubre de 2010 en 18:39






















LOS PERROS DORMIDOS NO MIENTEN
de Bobcat Goldthvait


LOS PERROS DORMIDOS MIENTEN

Título original: “Sleeping Dogs Lie”

Estados Unidos, 2006

Género: Comedia

Hablada en inglés

Dirección: Bobcat Goldthwait

Producción: Marty Pasetta Jr.

Guión original: Bobcat Goldthvait

Música: Gerald Bruskill

Fotografía en colores y blanco/negro: Ian S. Takahashi

Montaje: Jason Stewart

Vestuario: Sarah De Sa Rego

Intérpretes: Melinda Page Hamilton (Amy) –Bryce Johnson (John) – Geoff Pierson (Papá) – Colby French (Ed) –Jack Platnick (Dougie) – Brian Posehn (Randy) – Bonita Friederick (Mamá)

Diseño de Producción: Melanie Mandl

Estreno en Estados Unidos: 20 de octubre de 2006

Estreno en Madrid, España: Mayo 2008

Duración: 89’

Calificación: Sólo para mayores de 18 años


Es una comedia hasta ciertos límites. Se la conoce como “Stay”, título que reemplaza al original y le da más sentido a la frase publicitaria del filme: Todo el mundo tiene un secreto.

Se requiere una falta de prejuicios para asistir a la visión de esta historieta de lenguaje prostibulario y de feroz crítica a la institución de la familia, en el cuadro de un hogar de clase media estadounidense acomodada.

Amy es la protagonista. Una joven adorable que sus padres bautizan “Diamante” porque la consideran la personificación de lo perfecto: hija buena, excelente alumna, coleccionista de trofeos tanto estudiantiles como deportivos. Un primor.

De entrada, primeras tomas. La encontramos a los 18 años en su cuarto universitario, aburrida, poniéndose crema para curar el acné, aburrida y dispuesta a recibir su diploma de graduación. Cerca de ella está un perro grandote con cara de pocos amigos pero que es más dócil que un gatito a la hora de tomar la leche. Se llama rufus y se está revolcando sobre la alfombra. Amy lo observa y su mirada se detiene en los genitales del can. Hace un gesto de curiosidad. Resumiendo: lo que sigue es una felación con algún detalle digno de un chiste verde.

Ése es el secreto de Amy. No lo ha contado a nadie. Cuando conoce a un pretendiente (rubio, aspirante a periodista) parte con él para presentarlo a su familia.

La composición del cuadro hogareño es, por lo menos, extravagante: papá es un puritano que odia su trabajo de profesor; mamá, un ama de casa que esconde relaciones matrimoniales con ¡Elvis Presley! y otro cantante famoso, dignas de un espectáculo circense; su hermano un facineroso que cela y odia a Amy, se droga con la mercadería que le provee el tío Randy, un grandote, obeso y bruto. Quien tire la primera piedra…

Amy está ansiosa por tener la aprobación familiar para su casamiento. Pero antes su madre tiene la imprudencia (es una católica empeñosa, hipócrita completa) de aconsejarle que su futuro consorte debe saber toda su vida: “No deben haber secretos entre cónyuges”, sentencia.

Amy recuerda el episodio de zoofilia y decide darlo a conocer a su novio en el guardacoches. Se lo comunica entre arrumacos sin saber que el drogadicto de Dougie está escondido en el altillo del garaje. De hecho: el hermanito lo comunica a su familia en plena cena con el tío dealer incluido.

Éstos son los primeros quince minutos de esta comedia muy bien interpretada, con un montaje tan hábil que disimula la falta de presupuesto de la producción independiente y con un consejo final dado al espectador que lo deja pensando un largo tiempo: nunca se debe contar absolutamente a nadie un hecho vergonzoso cometido por uno, mucho menos si se trata del compañero para toda la vida, es decir, el marido (o la esposa).

Tamaña moral está acentuada a través de corrillos entre los personajes, murmuraciones escatológicas y titubeos provocadores de asombro (el novio le propone a Amy que cometa el acto indebido con su perrito, nada más que por curiosidad).

Son 89 minutos disparatados, capaces de hacerle cosquillas culposas al inconsciente del más desprejuiciado, y hasta calificarla de “escandalosa” como lo hizo un crítico de USA.

Para calmar los ánimos de azorados lectores hay que informarles que “Los perros dormidos mienten” integró la Selección Oficial del Festival de San Sebastián 2006, del certamen de Sundance y del de Toronto del mismo año. Lo que significa que el filme posee valores no sólo formales. Hay que admitir que la moraleja es la coronación de la simulación O dicho de otro modo, que “la hipocresía es un homenaje a la virtud” como dijo el filósofo Sartre, sin pensar en los canes ni en el deseo de vestirlos para no despertar obscenidades en el imaginario popular, esa cocina colectiva que guarda trastos sucios que no conviene ventilar. Salvo si es muy valiente. O se está cerca de la muerte: como le ocurrirá a uno de los personajes que previo derrame cerebral deja una carta diciéndole a Amy que no tiene nada de qué avergonzarse.

El director y guionista Bobcat (repárece en el irónico nombre) Goldtwait es un hombre de televisión y ésta es su opera prima para un cine independiente que en los Estados Unidos comenzó a abundar en la década última, dedicándose con fruición a tocar asuntos de la sociedad y sus instituciones con una irreverencia cuyo juzgamiento corre por cuenta y cargo del voyeur de turno.

Cada uno se haga cargo de sus deslices pasados.


Hernando Harb

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