EL BAILE DE LA VICTORIA de Fernando Trueba - Hernando Harb

miércoles, 8 de septiembre de 2010 en 15:32















EL BAILE DE LA VICTORIA

de Fernando Trueba


Título original: Ídem

España – Argentina, 2009

Género: Drama, policial

Dirección: Fernando Trueba

Guión: Fernando y Jonás Trueba, Antonio Skármeta

Basada sobre la novela homónima de Antonio Skármeta

Productora: Cecchi Gari Group – Fernando Trueba Producciones Cinematográfica S.A.

Fotografía en colores: Julián Ledesma

Montaje: Carmen Frías

Vestuario: Eugenio González-Donoso

Distribuidora en la Argentina: DG Medios

Intérpretes: Ricardo Darín (Nicolás Vergara Grey) – Abel Ayala (Ángel Santiago) – Miranda Bodenhöfer (Victoria) –Antonio Skármeta (Crítico teatral)

Estreno en España: 27 de noviembre de 2009

Estreno en la Argentina:9 de setiembre de 2010-09-08 Duración original: 130’

Duración en la Argentina: 127’

Calificación: Apta para mayores de 13 años


Filmada en Chile, con algunas escenas (pocas) rodadas en la Cordillera de los Andes, Fernando Trueba se embarca con la adaptación muy libre de una novela del chileno Antonio Skármeta, escritor que se hizo popular con una película basada en su novela “Ardiente paciencia” (1985) y que se conoció en la Argentina como “El cartero”.

A comienzos de la postdictadura pinochetista se decide amnistiar a los presos que no tuvieran causas criminales y puedan rehacer su vida.

Queda libre el argentino Vergara Grey (un siempre funcional Ricardo Darín) que es más famoso por abrir cajas fuertes que Pablo Neruda por escribir poemas. La gente lo admira y, al final, termina como un Robin Hood del subdesarrollo después de lograr asaltar una caja fuerte que contenía los millones de los ladrones pinochetistas en una suerte de ministerio que tiene paredes que parecen hechas de cartón prensado. El robo se lo propone otro amnistiado, Ángel Santiago (el argentino Abel Ayala, que habla como chileno y debutó en “El Polaquito”), un jovencito medio lelo y de hablar empalagoso que estuvo preso dos años por una chiquilinada: se robó un caballo al que adoraba y lo encontraron comiendo una sandía.

El plan para robar tanto dinero y sorteando (supuestos) peligros se lo dio un preso enano entre las rejas para que lo lleve a cabo con el “maestro” Vergara Grey, popular entre el pueblo por su capacidad de ladrón, pero que quiere dejar su oficio para recuperar a su hijito Pablito, quien desea cambiarse de apellido por vergüenza y quedarse a vivir con su mamá y el novio, un pinochetista que se da la gran vida.

El robo se cumple y resulta más fácil (en la película) que robar la panadería de la esquina de un suburbio, con la ayuda de una escalera y ropas adecuadas de reparadores de ascensores, sin contar con la colaboración de un portero imbécil, dos guardaespaldas con entrenamiento físico inadecuado y un taxista amigo del “master” que pasó cinco años en la cárcel y quiere reparar su mala conducta dejándole unos pesos a su hijo desamorado (toda contradicción ética es culpa del guionista).

No es todo. Vergara es tan buen amigo de sus cómplices traicionados que, enterado de que lo han traicionado con parte de su botín -con el que adquirieron un hotelucho y un boliche nocturno que luce el nombre de Love- se limita a pegarle al ex amigo unos puñetazos en tanto se entera que los bienes malhabidos están hipotecados.

En cuanto al empalagoso de Ángel, quien insiste y logra convencer con el plan del enano, tiene doble finalidad: recuperar su caballo y conquistar a una chica muda (shocheada musita palabras sueltas), hija de detenidos desaparecidos, que de niña se gana la simpatía de una maestra de baile de una academia para chicas pobres y de jovencita practica sexo oral en cines porno. En la puerta de ellos se conoce con el tonto de Ángel, quien enamorado la lleva a la casa de sus padres y de paso le promete matrimonio. (Cualquier otra incongruencia remitirse a los adadptadores.)

La cuestión es que hay tantas sandeces en el relato que uno queda abrumado: Ángel y la chica se pasean por Santiago montados a caballo sin respetar veredas ni calzadas (tampoco la gente protesta, ni siquiera algún barrendero municipal), en tanto hace lo (im)posible para que el jurado del Teatro Municipal (el Colón de Chile) le tome una prueba. Victoria, que así se llama la candidata a Isadora Duncan, da unos pasos de baile en tanto la presidenta del honorable recinto dedicado al baile es apuntada por una pistola de grueso calibre y Vergara hace de iluminador. En la platea está un invitado (a la fuerza): el mejor crítico musical chileno –papelito que hace Antonio Skármeta- en su debut para el cine como actor.

Casi nada. La bailarina (la debutante Miranda Bodenhörfer, dedicada a ese oficio en la vida real) se suma a la banda (es muda, pero no por eso deja de planear su futuro) y se suma a un equino tras Vergara y un guía dispuestos a repetir el Cruce de Los Andes. Falta Ángel, quien se detuvo unas horas para comprar a su amado caballo y, de paso, jugarse unos boletos (decir que el personaje es un lelo es ser muy condescendiente). Luego se encontrará allá arriba en medio de la nieve, en la ladera a la derecha de una roca triangular… (es un chiste, factible de ser verdad). Pobre. Un sicario cumple la misión de hacer honor al nombre del muchachito amante de la naturaleza.

Este disparate fue filmado por Fernando Trueba, el mismo de “Belle Epoque” (1992) y “El embrujo de Shanghai” (2002).Y no se puede creer. Lo que sí es explicable es que haya intentado ganar un Oscar de la Academia. Los audaces no faltan en ninguna área de la vida terrestre.

Salvo algunos momentos, poquísimos, que insuflan de cierta poesía (cuando Darín observa el cuadro de la Cordillera de los Andes y hace un comentario), y una buena fotografía , el resto, como el Guillermo de Avon “es silencio”.

Para cerrar, dos ejemplos inconcebibles insertos en este guión hecho con intensiones crudamente comerciales: uno, el primer plano del bueno de Darin

murmurando “El día que me quieras”. El otro: al final la banda decide repartir el dinero entre la gente que recolaboró con los ladrones buenos. Cuando le toca a la mujer del enano encarcelado (una petisita, claro) al ver los dos bolsos de plástico transparente pregunta si es que tiene que firmar recibo. Lo que es honrar la honestidad.


HERNANDO HARB

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