CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE de Richard Fleischer-HERNANDO HARB

sábado, 28 de agosto de 2010 en 16:20





















CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE

de Richard Fleischer


Título original: “Soylent Green”

Estados Unidos, 1973

Género: Ciencia Ficción, Drama.

Distribuida por Metro Goldwin Mayer

Director: Richard Fleischer

Guión: Stanley R. Greenberg

Basado sobre la novela de Harry Harrison titulada “¡Hagan sitio, hagan sitio!”

Productor: Walter Seltzer

Fotografía en metrocolor y Panavisión, y en blanco y negro.

Estreno en los Estados Unidos 9 de mayo de 1973

Estreno en la Argentina: Fines de 1973

Estreno en DVD en versión completa y remasterizada: Mayo de 2010-08-28 en una edición bautizada “Una historia del género a través de sus mejores películas”. Acompañada por un fascículo escrito por Horacio Moreno.

Duración: 97 minutos

Intérpretes: Charlton Heston (Robert Thorn) – Leigh Taylor-Young (Shirl) – Edward G. Robinson (Sol Roth) – Chuck Connors (Tab Fielding) – Joseph Cotten (William R. Simonson) – Brock Peters (Chief Hatcher) – Lincoln Kilpatrick (The Priest)

Calificación: Sólo para mayores de 16 años.

Filmada en Los Ángeles.


En una versión moderna, muy bien presentada y completa, sin fisuras, de impecable traducción se lanzó para el público argentino una esperada redición en DVD de “Soylent Green” (1973) estrenada en el medio local con el insufrible título “Cuando el destino nos alcance, una de las obras mayores del realizador Richard Fleischer y un clásico del cine de ciencia ficción. El filme suele difundirse en video dos o tres veces por año en una copia cortada y segmentada por las imposiciones publicitarias que algún día deberán revisar el alcance de sus atribuciones en cuanto a cortes en beneficio de marcas de perfumes y hasta de… galletitas de procedencia diversa, no sé si pertenecerán al auspiciente Soylent Green (aunque al paso que vamos).

El guión se basa en una óptima novela que nos ubica en el año 2022, en la ciudad de Nueva York, atestada de gente (40 millones de seres la habitan) y en donde la comida escasea. Las calles están desbordadas. La policía reprime con topadoras a los que protestan por falta de alimentos: éstos se limitan a tres clases de galletitas de colores diferentes, pero las más solicitadas las fabrica una empresa cuyos capitostes mantienen en secreto su fórmula y se las conocen como Soylen Green. Se las distribuye en forma gratuita. En tanto hay un mercado negro de hortalizas y frutas auténticas, además de jabones y demás artículos de higiene. Por supuesto: de los rojos tomates, de las frutillas perfumadas y de los jabones que se deslizan por selectas señoritas seleccionadas para entretener a jerarcas sólo disfruta una minoría selecta. Nada nuevo bajo el astro rey, antes y después de Salomón y sus escribientes.

En estas injustas historias, como en la vida, nunca falta un Cristo o un Quijote (es lo mismo, si se piensa un poco como escribió Salvador de Madariaga). En este caso es el detective Robert Thorn, quien a raíz del crimen de un jerarca (interpretado por el solvente Joseph Cotten, con su parsimonia aparente capaz de guardar una caja de Pandora detrás de sus pupilas que parecen siempre apagadas) descubre la punta de un ovillo de una realidad terrorífica. No la vamos a develar, aunque para los aficionados (de verdad y para sabatinos, o sea casuales), ya no debe de ser un secreto.

Lo notable es la labor del gran Richard Fleischer, quien filma por lo menos dos escenas antológicas:

La de la multitud reclamando comida, golpeándose, mezclándose los cuerpos heridos con los muertos en las garras de topadoras impiadosa que los trasladan en camionetas espaciales rumbo a usinas limpias y mecanizadas.

La otra es el acceso -a un hospital pulcro- de Sol Roth - un ex profesor que guarda antiguas publicaciones referentes a los tiempos en que la gente comía una manzana arrancada de un árbol verde sentada sobre la hierba mojada por el rocío-. El anciano se inscribe en la lista para los que quieren morir en condiciones seleccionadas. En fin, un suicidio consentido, recostado en blanca camilla y rodeados de pantallas enormes que difunden arrecifes coloridos, un primer plano de una magnífica mariposa, una caída de agua, y ¡oh Dios mío! el ocaso con su esplendor, su océano sumergiéndose en profundidades maravillosas, y el amarillo despidiéndose de un hermoso desierto verde con flores dispuestas a descansar. Todo con un fondo musical que es un impacto. El que se dispone a despedirse por decisión propia es el papel número 50 que el gran Edward G. Robinson nos regaló desde la pantalla. Es una escena estremecedora. Su mejor (y único) amigo trata de impedir su despedida detrás de un vidrio. Es tarde. No hay lágrimas que calmen el adiós revelador que permite al detective Thorn (porque de él se trata) introducirse en la fábrica que domina como un palacio en el centro de una ciudad donde hombres y mujeres duermen en las calles y los enfermos buscan el refugio de Dios en un templo que no da abasto.

Gran filme. Estremecedor pero capaz de hacernos despertar de la deshumanización que la labor del hombre lleva a cabo sólo pensando en su salvación física e individual.

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