LUCES AL ATARDECER de Aki Kaurismaki - HERNANDO HARB

martes, 13 de julio de 2010 en 17:06












LUCES AL ATARDECER

Título original: Laitakaupungin valot)

Director, Guión,Producción y Montaje: Aki Kaurismäki

Origen: Finlandia, Alemania y Francia

Año: 2006

Género: Drama

Fotografía (en colores): Timo Salminen

Dirección artística: Markku Pätilä

Vestuario: Outi Haripatana

Hablada en finlandés

Duración original: 82’

Estreno en Finlandia: 3 de febrero de 2006

Estreno en España: 29 de diciembre de 2006

Estreno en la Argentina: Setiembre de 2006 (Duración: 80’)

Intérpretes: Janne Hyytiäinen (Koistinen) – Maria HJärvenhelmi (Miria) –

Maria Heiskanen (Aila) – Ilkka Koiyula (Lindholrn)

Nota: Exhibida en el Festival de Cannes, 2006, en la Selección Oficial.


Maravillosa película de un realizador finlandés, Aki Kaurismaki (nacido en Orimattila, 1950), descubierto por la crítica europea y convertido en un director de culto, objeto de análisis de su numerosa obra y admirado por el público del Viejo Continente. Apenas conocido en América Latina sorprendió a algunos comentaristas por su estilo seco, su montaje interrumpido por fundidos en negro a los que precede un silencio que explica lo que sucede fuera de la imagen que apenas ilumina la que refleja la pantalla como un susurro inquietante convocador de fantasías.

Kaurismaki se vale de una anécdota propia casi mínima. Cada secuencia provoca una sensación, que varía de acuerdo a la intensidad de la historia. Por ejemplo se inicia con el perplejo empleado de seguridad de un shopping, sumido en una soledad que angustia al espectador (edificios apenas iluminados, callejuelas semioscuras, rutas transitadas por algunos vehículos que las recorren como escarabajos huidizos). Koistinen se llama el vigilante, incapaz de sonreír (ni siquiera con la mirada), hastiado de una rutina que lo avasalla, abandonado en y por la gran ciudad. Escucha al pasar a un trío de rusos que hablan de la metafísica soledad de Pushkin, de Tolstoi, de Dostoievsky y del abrigo del desprotegido Mogol. Saluda a un compañero de trabajo en el vestuario. En vano. Es el “diferente” que mortifica por no sumarse al ritmo impuesto por las reglas admitidas de la convivencia urbana. El hombre concurre a un bar del que lo echan porque no es de su categoría social. Solicita un crédito bancario para abrir una empresa pequeña que llibraría del dominio laboral. Es en vano, no tiene una garantía que lo avale pese a sus antecedentes pulcros de trabajador nocturno. Habita un departamento humildísimo, plancha su ropa, cocina en soledad y, sobre todo, bebe para no advertir su frustración.

Koistinen es querido (en silencio) por una mujer que atiende un puesto de venta de salchichas. Apenas se la mira, pero sí la ve. No sabe intuir. La poca gente que lo rodea va y viene. Pero Koistinen persevera. Insiste. Hasta que la traición en forma de mujer lo seduce para tenderle una trampera y convertirle en un ratón sin escondrijo que lo proteja.

Admirable descripción de un hombre que busca un ligar en tierra ajena, árida, indomable.

Cada secuencia es un tajo en el alma adormilada del observador, quien lastimado ruega por el destino del finlandés que vagabundea, que es recluido en una cárcel y apenas sobrevive merced a una voluntad que los demás ahuyentan pero su instinto alimenta.

Hay en el filme de Kaurismaki un modo de contar bressoniano, subrayado por esa unión de manos final casi calcado de Pickpocket. Faltan las palabras de la mujer que le ruega que no se deje vencer por la muerte y la respuesta azorada del protagonista: “¡Qué misterioso camino he recorrido para llegar hasta ti!”.

No extraña que el director finlandés luzca en su filmografía la búsqueda de Dios en un Crimen y castigo que algún distribuidor local debiera estrenar en una Argentina ausente de obras de importancia.

Casi seguro que el finlandés Kaurismaki ama a Robert Bresson. Es demasiado casual que en sus fotogramas esté ausente la visión del maravilloso francés. Dios está presente sin nombrarlo. Está sugerida su presencia en la solitaria habitación en la que vive este prófugo (a su pesar) de sí mismo.

Es un hallazgo la banda sonora. Los tangos Volver (en la presentación de los títulos) y El día que me quieras (en el epílogo) cantados por Carlos Gardel sorprenden al ilustrar el deambular del personaje. Del mismo modo que irrumpa Tosca o Madame Lescaut para explicar el derrotero de un hombre que desea el afecto de un prójimo que parece escurrirse de su camino en la esquina donde un Chejov indaga acerca de ese ser humano que, vaya a saber por qué, intenta el vuelo de una gaviota como negando lo que le ofrece el aquí, el hoy y valor de la que lo observa abajo, en esta tierra de cada día.


Hernando Harb

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