EN CARNE VIVA de Jane Campion - HERNANDO HARB

domingo, 4 de julio de 2010 en 17:43















EN CARNE VIVA

Título original: In the cut

Origen: Estados Unidos, Nueva Zelanda, 2003

Dirección: Jane Campion

Género: Drama, thriller

Producción: Nicole Kidman – Laurie Parker

Guión: Jane Campion

Sobre una novela de Susana Moore

Música: Hilmar Örn Hilmarsson

Montaje: Alexandre De Franceschi

Fecha de estreno en EE.UU.: 22 de octubre de 2003

Fecha de estreno en España: 30 de enero de 2004

No estrenada en la Argentina

Distribuida en DVD en la Argentina: Año 2005

Intérpretes: Meg Ryan (Frannie Avery) – Mark Ruffalo (Malloy) – Jennifer Jason Leigh (hermana de Frannie) Kevin Bacon

Duración en EE.UU.: 110’

Duración en España e Hispanoamérica: 113’

Duración del DVD en la Argentina: 113’

Calificación: No apta para menores de 18 años


Frannie Avery es una profesora de literatura que recorre una inhóspita (según su sensación interior) Nueva York. En los ratos libres un alumno negro le enseña, en la mesa de un oscuro café, palabras en slang. Durante sus viajes en el metro lee los carteles propagandísticos y memoriza las (¿imaginarias?) leyendas: transcripciones de Schopenhauer y amenazantes premisas que la desconciertan. Visita a su hermana, una solitaria inquilina de un destartalado departamento que alquila en el ala superior de un cabaret diurno y nocturno en el que danzan cansinos cuerpos femeninos intocables ante miradas que parecen ventanas ardientes por el fuego del alcohol. Las dos hablan de sus prácticas masturbatorias. Hasta que Frannie en el lavabo del local es testigo de una práctica oral que la inquieta: el hombre fuma descubriendo un tatuaje en su antebrazo. Es el detonante que escarba en su piel para instalarse hasta estallar.

Filme perturbador el de Jane Campion, que sigue sin omitir detalles el obsesivo discurrir descrito por Susana Moore.

Puede accederse a él a través de una posible lectura: lo que vive Frannie es un sueño. Lo confirmarían las escenas del inicio: recostada en su lecho antes de despertar imagina una lluvia de flores sobre su hermana. Y lo subraya el epílogo: corre a abrazar al detective Mohillo (tiene la mano derecha esposada), quien la espera en el suelo y logra abrazarla con el brazo izquierda mientras la puerta se cierra lentamente en un fundido en negro liberador.

La obsesión de Frannie por el tatuaje descubierto en la penumbra de un mingitorio se acrecienta cuando en su barrio se descubre una serie de asesinatos a mujeres solitarias (uno al borde de su ventana), lo que la vincula pasionalmente con un detective que está detrás del asesino serial. Nadie parece ser lo que demuestra. El policía de civil que se entretiene tocando la guitarra en plena comisaría acrecienta la atmósfera de irrealidad del entramado. Sensación que va en aumento con la irrupción de un ex amante de la protagonista: un esquizofrénico que recurre a ella en busca de compañía.

Un mórbido clima acompaña la relación erótica de Frannie y Molloy: al borde de un escondido bosque en las márgenes de un lago repleto de bolsas llenas de desechos o los juegos eróticos dilatan esa sensación atosigante. La música agónica de Örn Hilmarsson remarca la atmósfera amenazante de un trhiller que viste los ropajes de otros géneros que no admiten ningún etiquetamiento.

Hay datos imprescindibles de una historia difícil (pero no imposible) de aprehender: Frannie en sus clases lee capítulos de Al faro, la maravillosa novela de la victoriana (a su pesar) Virginia Wolf o el acoso de un alumno que se interrumpe sugestivamente.

Campion recurre a un lenguaje sexualmente explícito, nada común aún en estos días en el que el cine abusa de un léxico osado. Nada más necesario para abrochar la historia que culminará en un significativo encuentro entre el inimaginable criminal con la profesora: ambos danzan iluminados por la luz de un faro, una simbología exasperante que responde interrogantes de la personalidad de una mujer asfixiada por la represión que alimenta su inconsciente y que la recurrencia a los carteles murales neoyorquinos consiguen disolver.

Óptima labor de Meg Ryan, una actriz tentada a romper su imagen de comediante, aprovechando la negativa de la bella Nicole Kidman [asustada por la audacia del rol protagónico], quien se atrevió a producir esta extraña combinación de policial y desasosiego físico.

Gran trabajo de la neozelandesa Jane Campion, de quien conocimos su adaptación de una novela de Henry James (“Retrato de una dama”, 1999) o su fulgurante El piano (1995, Palmarés de Cannes el mismo año, y Oscar al mejor guión original en 1994). Es su mejor labor como realizadora, lo que hace inexplicable la censura que su exhibición sufrió en varios países.

No es el mejor lauro que una distinguida artista podía esperar. Es de suponer que Bright Star, un filme que acaba de terminar acerca de los amores entre dos poetas maravillosos –John Keats y Fanny Browne- merezca un destino mejor.

El talento no puede contra la necedad de la censura. Aunque más no sea por un tiempo efímero como sucede en el terreno de ese misterio llamado creación.


Hernando Harb

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