MEIN FÜHRER (Alemania 2007) Hernando Harb

sábado, 12 de junio de 2010 en 8:03
















MEIN FÜHRER

Título original: Mein Führer

Origen: Alemania 2007

Género: Sátira

Dirección, idea y guión: Dani Levy

Intérpretes: Helge Schneider (Adolf Hitler) – Ulrico Mühe (Adolf Grünbaum) – Silvestre Groth (Goebbels) – Adriana Altaras (Elsa Grünbaum) – Ulrico Noethen (Himmler) – Udo Froschwald (Tte. Gral. Rattenhuber) – Shawn Karlbor (Adam Grünbaum)

Fotografía (en colores y blanco y negro): Carl-F. Koschnck

Montaje: Meter R. Aram

Música: Nicki Reisser

Duración en la Argentina: 95’

Duración en Alemania: 89’

Duración en USA: 89’

Fecha de estreno en la Argentina: 17 de diciembre de 2009

Lanzamiento en dvd en la Argentina: mayo de 20010

Calificación: Sólo para mayores de 13 años


No gustó ni a tirios ni a troyanos. Por el mismo motivo: la figura de Adolf Hitler. Es que el dictador aparece como un payaso enfermizo y pusilánime, psicología que no conformó en Israel ni en Alemania, donde el filme del judío suizo-alemán Daniel Levy – el de la interesante Good by, Lenin!- intentó presentar al dictador de un modo satírico, casi inverosímil, para remarcar un probable probable culpable a su ascenso al poder: el mismísimo pueblo alemán, hipnotizado, capaz de no escuchar –pero sí oír- las arengas del hombrecito del bigotito.

Intención evidenciada en los tramos finales que combinan las imágenes de ficción con las de documentales que fotografían a masas enfervorizadas capaces de no reconocer la derrota del nazismo en un desfile llevado a cabo en diciembre de 1944. Levy señala conductas masivas y culposas, pero no se atreve a analizarlas. Parece dejar la tarea al espectador contando con la notable cooperación del montajista Niki Reisser y del fotógrafo Peter R. Adam. Tal vez en esa ausencia resida el porqué de la reacción de algunas audiencias y del cercenamiento de varios minutos de montaje, pasibles de molestar espíritus más o menos sensibles, incapacitados de comprender los propósitos de un director que optó por señalar y no por profundizar un relato que bordea la comedia y ridiculiza un período negro de la historia mundial.

El entorno de Hitler asiste a la próxima caída del régimen y a la decadencia mental de su líder, justo cuando se prepara un desfile donde el maestro debe pronunciar un discurso triunfalista ante una masa conformada por rubicundos niños, mujeres y hombres lanzando prestos a vitorear al creador de la guerra total. La solución está en recurrir a un profesor de interpretación, Adolf Grünsbaum, un judío instalado con su familia (esposa y tres hijos) en Auschwitz.

Lo convencen siempre que dejen en libertad a sus parientes, lo que Goebbels y compañía aceptan con tal de operar el milagro de normalizar a un Hitler infantil. Las clases se realizarán en las oficinas de Hitler, las que están calcadas de The great dictador (Charles Chaplin, 1940) donde el admirable mimo Carlitos se burlaba jugando con un mapamundi de los delirios mesiánicos del alemán.

Los dos Hitler sostienen cierta empatía derivada de la relación maestro-dicípulo. A no asustarse, era inevitable que surgiera ese vínculo circunscrito temporariamente a un ámbito a los que parecen no llegar los ecos bélicos que aún persisten en las tareas de los que observan detrás de un espejo cómo Grünbaum domestica al otro Adolf, hasta casi transformarlo en un muñeco sin delatar su proyecto develado al final del filme.

La arriesgada escena que provocó ciertas iras y estupor en el Festival de Cine Judío de junio de 2009 muestra al dictador, asustado por sus miedos interiores, recurriendo a la protección del matrimonio judío, que duerme en una pobre habitación de un sótano junto con sus hijos: Hitler se acuesta en medio de los cónyuges que se cuestionan si es momento de matarlo y ante la silenciosa mirada de Adam, el hijo mayor que ataca la claudicación (se verá que es aparente) de su padre. No es para menos. Ver al líder disfrutando del calor del lecho matrimonial de dos judíos ex prisioneros en un campo de concentración no resulta fácilmente digerible. Pero Levi la desarrolla en una impecable secuencia con cautela creativa y una coreografía de imágenes donde la tragedia y la comedia negra se ensamblan provocando lástima temporaria.

Párrafo aparte para las mágníficas labores de Ulrico Mühe del actor –fallecido en 2009- de La vida de los otros –ese notable filme que denuncia el fracaso del comunismo- y de Helge Schneider, un músico alemán que caracteriza con mesura al dictarzuelo de marras.

No es una gran película. Pero sí una visión que merecía verse y no dejarse llevar por la intolerancia. El profesor Grünbaum merecía una comprensión justificada por un final (que conviene no develar) digno de una sátira que pudo ser magnífica si su realizador se hubiese olvidado de ciertos pruritos y hubiera convocado a una imaginación sin convocar a censuras que conviene superar, sin que esto signifique olvidar lo ajusticiable. Pero se trata del arte y sus alcances.


HERNANDO HARB

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