DOS HERMANOS de Daniel Burman -Hernando Harb

viernes, 7 de mayo de 2010 en 16:28
















DOS HERMANOS

Comedia dramática

Argentina-Año:2010

Director: Daniel Burman

Libro: Sergio Dubcovsky

Guión: Daniel Burman y Sergio Dubcovsky

Intérpretes:Antonio Gasalla-Graciela Borges-Rita Cortese-Elena Lucena

Estreno en la Argentina: 1 de abril de 2010

Duración: 110 minutos


Según el original de Sergio Dubcovsky es la historia de dos hermanos que acaban de perder a su madre: el orfebre jubilado Marcos y la dominante Susana, una mujer dedicada a visitar departamentos lujosos en alquiler, repartir tarjetas personales y ensayar alguna fracasada pyme de comida casera. Dos seres grises unidos por una soledad que los obliga a mantener cierta unión. Y escribo según porque el buen director que es Daniel Burman plama en ese lienzo hipnótico que es el cine una historia pequeña frustrada (a su pesar) por la presencia dominante de dos actores a los que no consigue domar en el absoluto sentido de la palabra.

Porque Susana y Marcos, esos parientes que conviven entre la localidad uruguaya de Villa Laura y una (misteriosa, por lo solitaria) Buenos Aires, separados por un simbólico río que los une y reúne según los vaivenes de la angustia, no son otros que Graciela Borges y Antonio Gasalla. De modo que el espectador no puede escindir la personalidad de Marquitos de la de A.G. ni desprenderse de la personalidad de la Borges de esa Susana, de dicción enfatuada, vestida con una ostentosa ridiculez y soportando un transplante de algún sitio del conurbano bonaerense al deseable (para ella) Barrio Norte.

Cuando el edípico Marcos presencia muerte de su madre (a la que llama por su nombre) no se puede olvidar que es el comediante que se “despide” de la esa presencia avasallante. De la misma manera que cuando Susana mientras vela a su progenitora y no deja de protestar porque es un “velorio fracasado” ante la ausencia de gente el espectador no separa esa criatura de ficción de la actriz de los filmes de Torre Nilsson. Susana es Graciela Borges. Marcos/Marquitos es Antonio Gasalla.

He ahí el defecto mayúsculo de la película. Dos íconos del cine local que interpretan a sí mismos sin introducirse en la ficción enfermiza que el film pretende exponer. Si Borges intenta que su criatura sufriente se guarezca en los vahos del alcohol fracasa al punto de que uno la vincula de inmediato con la dipsómana de La ciénaga. Y si Gasalla intenta representar a su perturbado Marcos diciendo detrás de las rejas de su “prisión” montevideana que “el fax no tiene valor jurídico”, el espectador imagina que quien protesta por la venta de su casa compartida no es otra que la empleada municipal que nos hizo divertir con su sarcasmo en un programa televisivo.

Lamentablemente la escisión entre actor-actriz y sus personajes no se produce salvo en algún momento que termina convertido en lo mejor de la comedia dramática: aquél en que los hermanos con sendos vasos creen escuchar una discusión el (vacío) departamento vecino y se increpan (in)directamente rememorando traumáticos episodios infantiles (“ella le dice que perdió su virginidad a los once años con el hijo de la doméstica”, murmura (semi)mintiendo a la que le responde “él le reprocha la sobreprotección de su madre”) que no pueden decirse cara a cara sino utilizando un intermediario casual y angustioso muro con palabras que se pierden en el vacío y se convierten en flechazos que no hacen centro jamás en ese círculo despojado de futuro porque es como el agua estancada luego de una tormenta rioplatense.

Pero hay más para subrayar esa imposibilidad de imbricar ficción y realidad. Marcos/Marquitos es un septuagenario que trata de llenar sus ratos vacíos ingresando a un grupo teatral de gente mayor dirigida por un frustrado profesor cincuentón (quien insinúa un problemático vínculo madre-hijo) que propone una extraña puesta de Edipo de Sófocles. El patetismo alcanza su pico máximo. Porque la troupe está integrada por una sola mujer (que hace un papel de hombre) y el resto varones que tartamudean unos versos con acento pueblerino. Y el voyeur desde su butaca siente que asiste a la representación de un sketch gasaliano donde Mamá Cora no tardará en aparecerse vestida de mensajero griego, que es el papel con que carga un Marcos admirador de Berta Singerman, el que para colmo y debido a una confusión entre bambalinas debe improvisar ante el público y entonces… aparece Antonio Gasalla casi al borde de decir “Trátenme bien que soy u ncomediante que quiere hacer reír (a mi pesar)”.

En fin, tal vez la culpa sea de Burman dejándose absorber por dos ídolos dominantes a los que no puede controlar para reincidir en sus dramas familiares, sea desde un negocio venido a menos de Once (Esperando al Mesías) o desde el estudio de abogado de su padre (Derecho de familia), o como el padre de familia que elabora su futuro en tanto espera el amanecer para saludar a su hija (El nido vacío).

El resultado que la fractura interpretativa termina asociada al hipotético drama de la decadencia física, la inevitable estrofa que nos regala el poema de la vida. Una posibilidad que parece confirmar la intrascendente presencia de Elena Lucena, con sus 95 años musitando un diálogo prescindible que pudo estar a cargo de un extra y no de una figura del cine a la que parece haberse querido homenajear.

El dúo Gasalla-Borges anula a ese otro, el de Marcos-Susana, hasta en la escena en que los muñecos creados por Dubcovsky ingresan a una reunión entre cuyos concurrentes se descubren los rostros de algunos periodistas de la tv abierta. Terrible error que no puede apagar (al contrario) el larguísimo baile de zapateo americano con que se cierra estos Dos hermanos. Es como si el tap escenificado por setentones que se esfuerzan por rememorar (sin querer) a un Fred Astaire sin sombrero de copa ni una Ginger Rogers, una rubia reemplazada desde un palco por una sofisticada dama que aventa –desde un palco- una hipotética viudez con unos “¡bravo, bravo!” gritados ante la proximidad de un infierno muy temido en la incursión llamada vida.


Hernando Harb


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